lunes, 31 de julio de 2017

Aniversario de la desaparición de Antoine de Saint Exupéry




Amante de la Aviación, y por ello fue  piloto  además de periodista y escritor. El autor de "Le petit prince" originalmente en francés, su  lengua  o  "El Principito" , en nuestro idioma; también autor de otros libros como "Tierra de hombres", "Piloto de Guerra " y "Vuelo nocturno".  El 31 de julio de 1944, mientras realizaba vuelos de reconocimiento fotográfico , él y su avión desaparecieron en Europa, zonas aéreas de Cerdeña y Córcega.   




El zorro y el principito dos personajes de su inmortal obra.




¿Qué significa domesticar? Había preguntado el principito.
- Es algo que se ha olvidado -dijo el zorro-.Significa crear vínculos.
-¿Crear vínculos? 
-Eso es-dijo el zorro-. Para mí, eres como cualquier muchachito parecido a otros cien mil y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí, porque no soy sino un zorro igual a otros cien mil. Pero si tú me domesticas, nos necesitaremos el uno al otro. Tú serás para mi único en el mundo y yo seré único en el mundo pata ti.
-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor...Yo creo que ella me domesticó.

Observación: Con la flor, el personaje se refiere a la  rosa que cultivaba en su hábitat, el asteroide B612, en la imaginación de Saint de Exupéry. Y he leído en alguna parte que la rosa, para el autor,  simboliza a la mujer.



jueves, 13 de julio de 2017

SAINT EXUPÉRY, PERIODISTA


“UN SENTIDO DE LA VIDA” es un libro conformado por textos de Antoine de Saint Exupéry, los que  fueron compilados por el esfuerzo de Claude Reynal. Se inicia con un relato bajo el título “El aviador” y siguen artículos escritos por el autor de “El principito” para diarios franceses: unos sobre Rusia y otros sobre la guerra civil española, lugares a donde viajó como cronista.
Lo que sigue es un fragmento del capítulo titulado "MOSCÚ" del libro antes mencionado. El libro fue editado en nuestro país por editorial Troquel, la primera en 1960 y posteriores ediciones en 1962,1964 y 1966.-

HACIA LA U.R.R.S. (1)
DE NOCHE, EN UN TREN , DONDE EN MEDIO DE MINEROS POLACOS REPATRIADOS, MOZART NIÑO DORMÍA… LOS PRINCIPITOS DE LEYENDAS EN NADA SE DIFERENCIABAN DE ÉL.
El otro día describí el 1 de mayo en las calles de Moscú a donde había llegado la víspera. Cedí de ese modo a la actualidad. Pero antes debía haber contado mi viaje. El viaje esalgo así como un prefacio que prepara a comprender un país.

……………………………

Es media noche y, tendido en mi camarote, bajo la pálida luz de la lamparilla, me dejo llevar. Los ejes se entrechocan. A través de los cobres y las maderas recibo el mensaje  de esos latidos arteriales. Algo, afuera, corre. La calidad del sonido varía. Un puente o un muro raspa contra nosotros; pero una estación con sus amplias calzadas produce el silencio como un lecho de arena. Y no sé nada más.

Cientos de viajeros duermen en los coches, dejándose llevar con la misma facilidad que yo. ¿Sienten la misma inquietud que yo siento? Quizá no logre lo que busco. No creo en lo pintoresco. Puede que haya viajado demasiado como para no conocer cuánto engaña. Si un espectáculo nos entretiene, y nos intriga, es porque lo juzgamos aun desde el punto de vista del extranjero. Porque no comprendemos su esencia. Pues lo esencial de una costumbre, de un rito, de una regla de juego, es el sabor que dan a la vida, es el sentido de la vida que crean.

………………………

A eso de la una de la mañana recorrí el tren en toda su longitud. Los coches dormitorios estaban vacíos. Los coches de primera estaban vacíos. Me recordaban esos hoteles de lujo de la Riviera, que se abrían todo un invierno para algún único cliente, último representante de una fauna extinguida. Señal de tiempos amargos.

Pero los coches de tercera albergaban centenares de mineros polacos despedidos, que regresaban a su Polonia. Y yo avanzaba por los corredores pasando por encima de sus cuerpos. Me detenía para mirar. En esos vagones sin división que se parecían a una cuadra que olía a cuartel o a comisaría, distinguía de pie bajo la lamparilla, toda una población confusa, entremezclada por las sacudidas del rápido. Una muchedumbre sumida en pesadillas que retornaba a su miseria. Cabezotas rapadas que rodaban sobre la madera de las banquetas. Hombres, mujeres, niños todos se revolvían de derecha a izquierda, como atacados por todos esos ruidos, todas esas sacudidas que los amenazaba en su olvido. No habían encontrado la hospitalidad de un buen sueño. Y yo tenía la impresión de que habían perdido a medias la calidad humana, arrojados de un extremo a otro de Europa por las corrientes económicas, arrebatados a las casitas del norte, al minúsculo jardín, a las tres macetas de geranio que viera antaño en las ventanas de las casas de los mineros polacos. Sólo pudieron reunir los utensilios de cocina, las mantas y las cortinas en paquetes mal atados, estallando de hernias. Pero tuvieron que separarse de todo lo que acariciaron o hicieron grato, todo lo que habían logrado domesticar en cuatro o cinco años de residencia en Francia: el gato, el perro y el geranio, y sólo llevaban consigo esas baterías de cocina.

Un niño mamaba de una madre tan cansada que parecía adormecida. La vida se trasmitía en medio del absurdo y del desorden de ese viaje. Miré al padre. Un cráneo tosco y desnudo como una piedra. Un cuerpo doblado en el incómodo sueño, aprisionado en las ropas de trabajo hechas de bultos y concavidades. El hombre parecía un uñado de arcilla. Así, por la noche, restos de naufragio que perdieron su forma pesan sobre los bancos de las estaciones. Y yo reflexionaba:

“El problema no reside en esta miseria, en esta suciedad, ni en esta fealdad. Pero  ese hombre y esa mujer se conocieron cierto día. Y sin duda el hombre sonrió a la mujer. Sin duda le ha traído flores, después del trabajo.  Tímido y torpe, quizá temía ser rechazado. Pero la mujer por coquetería natural, la mujer, segura de su gracia, se complacía en inquietarlo. Y el otro, que hoy no es más que una máquina de cavar o golpear, sentía así en su corazón una deliciosa angustia. El misterio consiste en que se haya convertido en ese montón de arcilla. ¿ Por qué molde terrible ha pasado, marcado por él como una máquina de forjar? Un ciervo, una gacela, un animal, conservan su gracia al envejecer. ¿por qué esta hermosa pasta humana se ha arruinado?”

Y proseguí mi viaje entre ese pueblo de sueño turbio como una casa mal afamada. Flotaba un ruido vago, hecho de ronquidos sordos, de quejas oscuras, de quejas oscuras del raspar de zapatones de quienes, doloridos de un costado, probaban volverse sobre el otro…

Y siempre, en sordina, ese incesante acompañamiento de guijarros sacudidos por el mar.

Me senté frente a una pareja. Entre el hombre y la mujer, el niño, como pudo, se había hecho un hueco y dormía. Se dio vuelta durmiendo y su rostro se me apareció bajo la lamparilla. ¡Ah, qué rostro adorable! De esa pareja había nacido un fruto dorado.  ¡De esos toscos trapos había nacido ese triunfo de la gracia y el encanto! Me incliné sobre esa frente lisa, sobre ese dulce hociquito, y me dije: “Este es un rostro de músico, este es Mozart niño, ¡qué bella promesa de la vida! Los principitos de las leyendas en nada se diferenciaban de él. Protegido, cuidado, cultivado, ¿qué no podría llegar a ser? Cuando en los jardines nace por mutación una rosa nueva, todos los jardineros se conmueven. Se aísla la rosa, se la cultiva, se la favorece…Pero para los hombres no hay jardinero. Mozart niño será marcado como los demás por la máquina moldeadora. Mozart tendrá sus mayores alegrías de música corrompida en el hedor de los café-concert. Mozart está condenado…”

Volví a mi vagón. Me dije:

“Esta gente no sufre por su suerte. Lo que me atormenta no es la caridad. No se trata de conmoverse ante una llaga perpetuamente abierta. Los que la llevan ni la sienten. Quien está herido, lastimado, no es el individuo, sino quizá la especie humana. No creo en la piedad. Lo que esta noche me atormenta es el punto de vista del jardinero. Lo que me atormenta no es esta miseria en la que después de todo es tan fácil instalarse como en la pereza. Generaciones de orientales viven en la mugre y se complacen en ello. Lo que me atormenta no puede ser remediado por las sopas populares. Lo que me atormenta no son ni esas concavidades ni esos bultos, ni esa fealdad. Es que, en cada uno de esos hombres, hay algo de Mozart asesinado.”
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(1) El viaje de Saint Exupéry a Rusia tuvo lugar en abril y mayo de 1935, luego de su gira por el Mediterráneo en Conty y Prévot, donde dio una serie de conferencias, y antes de partir para el trágico raid París- Saigón por el simún. Saint-Exupéry llegó el 29 de abril a Moscú.
En las últimas páginas de Tierra de Hombres figuran recuerdos de ese viaje: Mozart asesinado. 
Cf. "Paris-Soir" del 3, 14,16,19,20 y 22 de mayo de 1935.