viernes, 2 de noviembre de 2018

FRAGMENTOS LITERARIOS

Los fragmentos literarios que siguen pertenecen a un mismo autor; dos a una famosa novela y dos a sendos cuentos que son parte de la novela. ¿Quién reconoce las obras y su autor? 
1
Hoy ¡primer día de clase! ¡ Pasaron como un sueño aquellos tres meses de vacaciones consumidos en el campo! Mi madre me condujo esta mañana a la escuela para inscribirme en la tercera elemental. Recordaba el campo e iba de mala gana. Todas las calles que desembocaban cerca de la escuela hormigueaban de chiquillos; las dos librerías próximas estaban llenas de padres y madres que compraban carteras, cuadernos, cuartillas, plumas, lápices; en la puerta misma se agrupaba tanta gente, que el bedel, auxiliado de los guardias municipales, tuvo necesidad de poner orden. Al llegar a la puerta sentí un golpecito en el hombro; volví la cara; era mi antiguo maestro de la segunda, alegre, simpático, con su pelo rubio rizoso y encrespado, y que me dijo:
-          Y bien, Enrique: ¿es cierto que nos separamos para siempre?
Demasiado lo sabía yo; y, sin embargo, aquellas palabras me hicieron daño. Entramos por fin a empellones.
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¡Qué conmovedora escena presenciamos hoy en el paseo de las máscaras!, Concluyó bien, pero podía haber ocurrido una gran desgracia. En la plaza San Carlos, decorada toda ella con pabellones amarillos, rojos y blancos, se apiñaba numerosa multitud, cruzaban máscaras de todos colores, pasaban carros dorados llenos de banderas imitando colgaduras, teatros, barcos rebozando arlequines y guerreros, cocineros, marineros y pastorcillas; era una confusión tan grande, que no se sabía dónde mirar; un ruido de cornetas de cuernos y de platillos que rompía los oídos; las máscaras de los carros bebían y cantaban, apostrofando a la gente de a pie, a los de las ventanas, que respondían hasta desgañitarse y se tiraban con furia naranjas y dulces; y por encima de los carruajes y de las apreturas, hasta donde alcanzaba la vista, se veían ondear banderolas, brillar cascos refulgentes, tremolar penachos, agitarse cabezotas de cartón, cofias gigantescas, trompetas enormes, armas extravagantes, tambores, castañuelas, gorros rojos y botellas: todos parecían locos. |
2
Los días se sucedían tristes y monótonos, confundiéndose unos con otros en la memoria, como les sucede a los enfermos. Le parecía que hacía ya un año que estaba en el mar. Cada mañana, al despertar, experimentaba un nuevo estupor encontrándose allí solo, en medio de aquella inmensidad de agua, viajando hacia América.
Los hermosos peces voladores que caían a cada instante en el barco; aquellas admirables puestas de sol de los trópicos con esas inmensas nubes color de fuego y sangre; aquellas fosforescencias nocturnas, que hacían que todo el océano apareciera encendido como un mar de lava, no le hacían el efecto de cosas reales, sino más bien de fantasmas vistos en el sueño.
Hubo días de mal tiempo, durante los cuales permaneció encerrado continuamente en el camarote, donde todo bailaba y se caía, en medio de un coro espantoso de quejidos e imprecaciones, y creía que había llegado su última hora. Hubo otros días de mar tranquilo y amarillento, de calor insoportable e infinitamente aburridos; horas interminables y siniestras, durante las cuales los pasajeros, encerrados, tendidos inmóviles sobre las tablas, parecían muertos. Y el viaje no acababa nunca: mar y cielo, cielo y mar hoy como ayer, mañana como hoy, siempre, eternamente.
Y él se pasaba las horas apoyado en la borda y mirando aquel mar sin fin, aturdido, pensando vagamente en su madre hasta que los ojos se le cerraban y la cabeza se le caía, rendida por el sueño; y entonces volvía a ver aquella cara desconocida que lo miraba con aire de lástima y le repetía al oído: ¡Tu madre ha muerto!. Y aquella voz lo despertaba sobresaltado para volver a soñar con los ojos abiertos y mirando el inalterable horizonte.

3
-¿Estás herido? -dijo el capitán buscando con la vista a su teniente en las camas próximas.
-¡Qué quiere usted! -dijo el muchacho, a quien daba alientos para hablar la honra de estar herido por vez primera, sin lo cual no hubiera osado abrir la boca ante aquel capitán- corrí mucho con la cabeza baja; pero, aunque agachándome, me vieron en seguida. Hubiera llegado veinte minutos antes si no me alcanzan. Afortunadamente encontré pronto a un capitán de Estado Mayor, a quien di la esquela. Pero me costó gran trabajo bajar después de aquella caricia. Me moría de sed; temía no llegar ya; lloraba de rabia, pensando que cada minuto que tardaba se iba uno al otro mundo, allá arriba. Pero, en fin, he hecho lo que he podido. Estoy contento. ¡Pero mire usted, y dispense, mi capitán, que pierde usted sangre!
En efecto: de la palma de la mano del capitán, mal vendada, corría una gota de sangre.
-¿Quiere usted que le apriete la venda, mi capitán? Déme un momento.
El capitán dio la mano izquierda, y alargó la derecha para ayudar al muchacho a hacer el nudo y atarlo; pero el chico, apenas se alzó de la almohada, palideció, y tuvo que volver a apoyar la cabeza.
-¡Basta, basta! -dijo el capitán mirándolo y retirando la mano vendada, que el tambor quería retener-; cuida de lo tuyo, en vez de pensar en los demás, que las cosas ligeras, descuidándolas, pueden hacerse graves.