lunes, 25 de junio de 2012

LIBRO RECOMENDADO (Poesía Alemana)

Para quienes gustan de la obra de Bertolt Brecht, este libro dedicado a sus poesías es una selección excelente en la cual, y como dice el título del mismo, contiene ochenta de sus poemas.-

Título: "Bertolt Brecht 80 poemas y canciones"
            Traducción y selección Jorge Hacker
             Adiana Hidalgo Editora
                          2008
El prólogo, escrito por quien realizó la   traducción y selección, JORGE HACKER,    dice en su primer párrafo: Posiblemente la verdad desnuda de lo que Brecht pensaba y sentía se encuantra en sus poemas. Muchos de ellos suenan como confesiones, otros son denuncias y alegatos claramente ideológicos o didácticos, y otros -más personales- participan de esa mezcla de pasión y reflexión  con la que observaba y expresaba el amor. Todos son cantos a su oficio, la dramaturgia, y a la única amante a la que fue fiel toda su vida: el teatro.
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Aquí una de las poesías que componen el libro recomendado:

RECUERDO DE MARÍA A.

Aquella tarde, aquel azul septiembre
quietos bajo un ciruelo en flor
la tuve entre mis brazos como un sueño
entre mis brazos aquel antiguo amor.
Encima nuestro en el cielo del verano
seguí una nube con la vista largo tiempo
 era tan blanca y parecía tan alta.
Cuando volví a mirarla, se escapó en el viento.


Desde aquel día pasaron muchas lunas
nadando en la quietud sin detención.
De los ciruelos ya habrán hecho leña
y tú preguntas qué se hizo de mi amor.
Tengo que contestarte: no me acuerdo.
O no, ya sé, ahora me acuerdo bien.
Pero su cara no, no pude reencontrarla.
De lo único que estoy seguro: la besé.                                                                                         



Pero aun el beso lo hubiera olvidado                                                                   
 a no ser por esa nube que pasó.
Esa la tengo bien presente para siempre
era muy blanca y desde arriba descendió.
Puede que los ciruelos sigan floreciendoy
y que ya tenga siete hijos aquella mujer
pero esa nube sólo  floreció pocos minutos
cuando volví a mirarla ya no la encontré.
                                                                     Autor Bertolt Brecht

viernes, 15 de junio de 2012

Irma Cuña, poeta neuquina

PRODIGA



Volví a la luz extensa del verano

y al viento circular de las esquinas.

Neuquén es un cristal,

un cuarzo sepia.

Pueblo desconocido

donde inventé el espejo de una historia

y la poblé de cascos en el aire.

(en aquel aire ululador y tenso).

Un aire tangible

que más parece un agua, una corriente,

un surtidor horizontal

-un brazo-

que el natural camino de la cara.

Y otra vez ese polvo amarillento

y esas piedras hundidas

Entre pelos de pastos requemados.

Patria de negación: sin

verdes,

rojos,

alas,

concavidades.

Sólo este movimiento del planeta

espiral o de flecha,

bamboleo.

Fui a buscarte quetzales,

mariposas,

enormes colas de serpientes vivas,

venados tímidos,

turquesas,

y me has devuelto el filo del silencio

y el ardor de la arena

para siempre.

La autora: Irma Cuña: Docente Universitaria. Doctora en Letras. Nacida en Neuquén.
Entre las entradas antiguas de este blog se puede encontrar su poesía Volveré, en la cual refiere a la creencia que el fruto del michay,planta típica de la cordillera patagónica.-
Por más datos se puede visitar diversos sitios de internet; uno de ellos:  interpatagonia.com

martes, 12 de junio de 2012

IRMA CUÑA poetisa neuquina


Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.
Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de silex te espera como una concha áspera.
La niña flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.
De espaldas,
sola,
por innumerables senderos
las hojas caen sin ruido
y ella desciende una colina
hoja a hoja
hoja a hoja
y un paso
y luego el otro
entre los troncos.
Hacia abajo pesa su estatura y su sombra;
en cada pie soporta el cuerpo.
el cielo atrás
la empuja
hacia un valle invisible.
ella
solamente
desciende,
paso a paso, como un collar de gotas.
por los senderos,
grávida,
su lluvia redonda estremece la tierra
y atrás de su talón se va secando la humedad,
cualquiera huella.

Corre un momento,
atrapa un mimbre alto,
pero siempre
desciende
paso a paso
hacia el posible valle,
contra el cielo.

domingo, 3 de junio de 2012

Un cuento de SAKI



Sredni Vashtar
                                                                



Esa noche, en la casilla, hubo un cambio en el culto al dios cajón. Hasta entonces, Conradín no había hecho más que cantar sus oraciones: ahora pidió un favor.
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
No especificó su pedido. Sredni Vashtar era un dios, y un dios nada lo ignora. Y ahogando un sollozo, mientras echaba una mirada al otro rincón vacío, Conradín regresó a ese otro mundo que detestaba.
Y todas las noches, en la acogedora oscuridad de su dormitorio, y todas las tardes, en la penumbra de la casilla, se elevó la amarga letanía de Conradín:
-Una sola cosa te pido, Sredni Vashtar.
La señora De Ropp notó que las visitas a la casilla no habían cesado, y un día llevó a cabo una inspección más completa.
-¿Qué guardas en ese cajón cerrado con llave? -le preguntó-. Supongo que son conejitos de la India. Haré que se los lleven a todos.
Conradín apretó los labios, pero la mujer registró su dormitorio hasta descubrir la llave, y luego se dirigió a la casilla para completar su descubrimiento. Era una tarde fría y Conradín había sido obligado a permanecer dentro de la casa. Desde la última ventana del comedor se divisaba entre los arbustos la casilla; detrás de esa ventana se instaló Conradín. Vio entrar a la mujer, y la imaginó después abriendo la puerta del cajón sagrado y examinando con sus ojos miopes el lecho de paja donde yacía su dios. Quizá tantearía la paja movida por su torpe impaciencia. Conradín articuló con fervor su plegaria por última vez. Pero sabía al rezar que no creía. La mujer aparecería de un momento a otro con esa sonrisa fruncida que él tanto detestaba, y dentro de una o dos horas el jardinero se llevaría a su dios prodigioso, no ya un dios, sino un simple hurón de color pardo, en un cajón. Y sabía que la Mujer terminaría como siempre por triunfar, y que sus persecuciones, su tiranía y su sabiduría superior irían venciéndolo poco a poco, hasta que a él ya nada le importara, y la opinión del médico se vería confirmada. Y como un desafío, comenzó a cantar en alta voz el himno de su ídolo amenazado:
Sredni Vashtar avanzó:
Sus pensamientos eran pensamientos rojos y sus dientes eran blancos.
Sus enemigos pidieron paz, pero él le trajo muerte.
 
Sredni Vashtar el hermoso.
De pronto dejó de cantar y se acercó a la ventana.
La puerta de la casilla seguía entreabierta. Los minutos pasaban. Los minutos eran largos, pero pasaban. Miró a los estorninos que volaban y corrían por el césped; los contó una y otra vez, sin perder de vista la puerta. Una criada de expresión agria entró para preparar la mesa para el té. Conradín seguía esperando y vigilando. La esperanza gradualmente se deslizaba en su corazón, y ahora empezó a brillar una mirada de triunfo en sus ojos que antes sólo habían conocido la melancólica paciencia de la derrota. Con una exultación furtiva, volvió a gritar el peán de victoria y devastación. Sus ojos fueron recompensados: por la puerta salió un animal largo, bajo, amarillo y castaño, con ojos deslumbrados por la luz del crepúsculo y oscuras manchas mojadas en la piel de las mandíbulas y del cuello. Conradín se hincó de rodillas. El Gran Hurón de los Pantanos se dirigió al arroyuelo que estaba al extremo del jardín, bebió, cruzó un puentecito de madera y se perdió entre los arbustos. Ese fue el tránsito de Sredni Vashtar.
-Está servido el té -anunció la criada de expresión agria-. ¿Dónde está la señora?
-Fue hace un rato a la casilla -dijo Conradín.
Y mientras la criada salió en busca de la señora, Conradín sacó de un cajón del aparador el tenedor de las tostadas y se puso a tostar un pedazo de pan. Y mientras lo tostaba y lo untaba con mucha mantequilla, y mientras duraba el lento placer de comérselo, Conradín estuvo atento a los ruidos y silencios que llegaban en rápidos espasmos desde más allá de la puerta del comedor. El estúpido chillido de la criada, el coro de interrogantes clamores de los integrantes de la cocina que la acompañaba, los escurridizos pasos y las apresuradas embajadas en busca de ayuda exterior, y luego, después de una pausa, los asustados sollozos y los pasos arrastrados de quienes llevaban una carga pesada.
-¿Quién se lo dirá al pobre chico? ¡Yo no podría! -exclamó una voz chillona.
Y mientras discutían entre sí el asunto, Conradín se preparó otra tostada.
......................................................Fin........................................
 El autor:
 SAKI es el seudónimo por el cual es más conocido que por su nombre Héctor Hugh Munro (1870.1916) 
Nació en Birmania ( Indochina) donde su padre inglés  era  funcionario de policía. Siendo muy pequeño muere su madre y entonces el futuro escritor,dramaturgo y periodista, es criado por la abuela y dos tías de severas costumbres. El cuento aquí reproducido tiene seguramente motivación en  su propia infancia. 
Su vida es muy aventurera  y transcurre en distintos países, incluso regresa a Birmania e ingresa a la policía por tres años. Muere en Francia, en el campo de batalla, durante  la primera guerra mundial, habiéndose enrolado como soldado, a pesar de no estar obligado por la edad. Vivió cuarenta y seis años. Cuánto más hubiera acrecentado su obra literaria si el flagelo de la guerra no lo hubiera arrebatado en la plenitud de su vida. (Mayor información sobre este interesante autor, se puede encontrar en www.ciudadseva.com así como en Wikipedia) ; a propósito en este sitio se dice que las últimas palabras de SAKI en la trinchera, fueron:"¡Apagad ese maldito cigarrillo!"

sábado, 2 de junio de 2012

Un cuento de SAKI

Sredni Vashtar

La Mujer se entregaba a la religión una vez por semana, en una iglesia de los alrededores, y obligaba a Conradín a que la acompañara, pero el servicio religioso significaba para el niño una traición a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el musgoso y oscuro silencio de la casilla, Conradín oficiaba un místico y elaborado rito ante el cajón de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurón. Ponía en el altar flores rojas cuando era la estación y moras escarlatas cuando era invierno, pues era un dios interesado especialmente en el aspecto impulsivo y feroz de las cosas; en cambio, la religión de la Mujer, por lo que podía observar Conradín, manifestaba la tendencia contraria.
En las grandes fiestas espolvoreaba el cajón con nuez moscada, pero era condición importante del rito que las nueces fueran robadas. Las fiestas eran variables y tenían por finalidad celebrar algún acontecimiento pasajero. En ocasión de un agudo dolor de muelas que padeció por tres días la señora De Ropp, Conradín prolongó los festivales durante todo ese tiempo, y llegó incluso a convencerse de que Sredni Vashtar era personalmente responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un día más, la nuez moscada se habría agotado.
La gallina del Houdán no participaba del culto de Sredni Vashtar. Conradín había dado por sentado que era anabaptista. No pretendía tener ni la más remota idea de lo que era ser anabaptista, pero tenía una íntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy respetable. La señora De Ropp encarnaba para Conradín la odiosa imagen de la respetabilidad.
Al cabo de un tiempo, las permanencias de Conradín en la casilla despertaron la atención de su tutora.
-No le hará bien pasarse el día allí, con lo variable que es el tiempo -decidió repentinamente, y una mañana, a la hora del desayuno, anunció que había vendido la gallina del Houdán la noche anterior. Con sus ojos miopes atisbó a Conradín, esperando que manifestara odio y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahíla de excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradín no dijo nada: no había nada que decir. Algo en esa cara impávida y blanca la tranquilizó momentáneamente. Esa tarde, a la hora del té, había tostadas: manjar que por lo general excluía con el pretexto de que haría daño a Conradín, y también porque hacerlas daba trabajo, mortal ofensa para la mujer de la clase media.
-Creí que te gustaban las tostadas -exclamó con aire ofendido al ver que no las había tocado.
-A veces -dijo Conradín.
...............................Continuará........................

viernes, 1 de junio de 2012

Un cuento de SAKI


Sredni Vashtar



 Conradín tenía diez años y, según la opinión profesional del médico, el niño no viviría cinco años más. Era un médico afable, ineficaz, poco se le tomaba en cuenta, pero su opinión estaba respaldada por la señora De Ropp, a quien debía tomarse en cuenta. La señora De Ropp, prima de Conradín, era su tutora, y representaba para él esos tres quintos del mundo que son necesarios, desagradables y reales; los otros dos quintos, en perpetuo antagonismo con aquéllos, estaban representados por él mismo y su imaginación. Conradín pensaba que no estaba lejos el día en que habría de sucumbir a la dominante presión de las cosas necesarias y cansadoras: las enfermedades, los cuidados excesivos y el interminable aburrimiento. Su imaginación, estimulada por la soledad, le impedía sucumbir.
La señora De Ropp, aun en los momentos de mayor franqueza, no hubiera admitido que no quería a Conradín, aunque tal vez habría podido darse cuenta de que al contrariarlo por su bien cumplía con un deber que no era particularmente penoso. Conradín la odiaba con desesperada sinceridad, que sabía disimular a la perfección. Los escasos placeres que podía procurarse acrecían con la perspectiva de disgustar a su parienta, que estaba excluida del reino de su imaginación por ser un objeto sucio, inadecuado.

En el triste jardín, vigilado por tantas ventanas prontas a abrirse para indicarle que no hiciera esto o aquello, o recordarle que era la hora de ingerir un remedio, Conradín hallaba pocos atractivos. Los escasos árboles frutales le estaban celosamente vedados, como si hubieran sido raros ejemplares de su especie crecidos en el desierto. Sin embargo, hubiera resultado difícil encontrar quien pagara diez chelines por su producción de todo el año. En un rincón, casi oculta por un arbusto, había una casilla de herramientas abandonada, y en su interior Conradín halló un refugio, algo que participaba de las diversas cualidades de un cuarto de juguetes y de una catedral. La había poblado de fantasmas familiares, algunos provenientes de la historia y otros de su imaginación; estaba también orgulloso de alojar dos huéspedes de carne y hueso. En un rincón vivía una gallina del Houdán, de ralo plumaje, a la que el niño prodigaba un cariño que casi no tenía otra salida. Más atrás, en la penumbra, había un cajón, dividido en dos compartimentos, uno de ellos con barrotes colocados uno muy cerca del otro. Allí se encontraba un gran hurón de los pantanos, que un amigo, dependiente de carnicería, introdujo de contrabando, con jaula y todo, a cambio de unas monedas de plata que guardó durante mucho tiempo. Conradín tenía mucho miedo de ese animal flexible, de afilados colmillos, que era, sin embargo, su tesoro más preciado. Su presencia en la casilla era motivo de una secreta y terrible felicidad, que debía ocultársele escrupulosamente a la Mujer, como solía llamar a su prima. Y un día, quién sabe cómo, imaginó para la bestia un nombre maravilloso, y a partir de entonces el hurón de los pantanos fue para Conradín un dios y una religión.
...........................................Continuará....................................