miércoles, 29 de diciembre de 2010

JOSÉ SARAMAGO

FRAGMENTO DE SU LIBRO: "LAS PEQUEÑAS MEMORIAS"
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"A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente míos, Si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde tuve nocimiento porque me los narraron personas que sí estuvieron presentes, si es que no hablaban, también ellas, por haberlos oído contar a otras personas. No es el caso de aquella escuelilla particular, en el cuarto o quinto piso de la calle Morais Soares, donde, antes de mudarnos a la la calle de los Cavaleiros, comencé a aprender las primeras letras. Sentado en una silla bajita, dibujaba lenta y aplicadamente en la piedra, que era el nombre que se le daba entonces a la pizarra, palabra demasiado pretenciosa para salir con naturalidad de la boca de un niño y que tal vez ni siquiera conociera todavía. Es un recuerdo propio, personal, nítido como un cuadro, en el que no falta la bolsa en la que acomodaba mis cosas, de arpillera marrón, con un asa para poderla llevar colgada al hombro.Escribía en la pizarra con tiza de dos calidades que se vendía en las papelerías, una, la más barata, dura como la piedra en la que se escribía, mientras que la otra, más cara, era blanda, suave, y le decíamos “de leche” , debido a su color, un gris claro tirando a lechoso, precisamente. Sólo después de haber entrado en la enseñanza oficial , y no fue en los primeros meses, mis dedos pudieron, por fin, tocar esa pequeña maravilla de las técnicas de escritura más actualizadas.

No sé cómo lo percibirán los niños de ahora, pero, en aquellas épocas remotas, para la infancia que fuimos, nos parecía que el tiempo estaba hecho de una especie particular de horas, todas lentas, arrastradas, interminables. Tuvieron que pasar algunos años para que comenzásemos a comprender, ya sin remedio, que cada una tenía sesenta minutos,y, más tarde aun, tendríamos la certeza de que todos ellos, sin excepción, acababan al final de sesenta segundos…

Del tiempo que vivimos en la calle Sabino de Sousa, en el Alto do Pina, era la fotografía (desgraciadamente desaparecida) en que estaba con mi madre en la puerta de una tienda de comestibles, ella sentada en un banco, yo de pie, apoyado en sus rodillas, teniendo al lado un saco de patatas con un letrero de papel escrito a mano, como entonces y por muchos años siguió utilizándose en las tiendas de barrio, informando al cliente del precio del producto incluso antes de que entrara en la tienda: 50 céntimos el kilo. Por el aspecto, yo debía de tener unos tres años y esa sería mi foto más antigua. De Francisco, aquel hermano que murió de bronconeumonía a los cuatro años de edad, en diciembre de 1924, conservo una foto de cuando aún era bebe. Algunas veces he pensado que podría decir que el retrato era mío y de esa manera enriquecer mi iconografía personal, pero nunca lo he hecho. Y sería la cosa más fácil del mundo, dado que, muertos mis
padres, ya no queda nadie que pueda desmentirme, pero robarle la imagen a quien ya había perdido la vida me parece una imperdonable falta de respeto, una indignidad sin disculpa.
Al César, pues, lo que es del César, a Francisco lo que sólo a Francisco puede pertenecerle."
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Fragmento del libro "Las Pequeñas Memorias" de José Saramago.-
                                             

domingo, 26 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

Aquí-con losmejores augurios y el anhelo que hayan disfrutado de este tierno y nostálgico cuento- la última entrega de:

 "UN RECUERDO NAVIDEÑO"
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Esta es nuestra última navidad juntos.

La vida nos separa. Aquellos que Saben Más deciden que debo ir a una escuela militar. Y de este modo sigue una miserable sucesión de prisiones donde suena la corneta, severos campamentos de verano con toque de diana. Tengo también un nuevo hogar. Pero no cuenta. El hogar es donde está mi amiga, y allí nunca voy.

Y allí permanece ella, entreteniéndose en la cocina. Sola con Queenie. Sola, pues. («Buddy querido -escribe con su letra salvaje, difícil de leer-, ayer el caballo de Jim Macy dio a Queenie una coz mortal. Gracias a Dios, no sufrió mucho. La envolví en una fina sábana de lino y la llevé en el carrito hasta el paso de Simpson, donde puede descansar con todos sus huesos…»).
Durante algunos noviembres continúa haciendo sola sus pasteles de frutas; no tantos, pero algunos; y, naturalmente, siempre me manda «el mejor de la hornada». Además, en cada carta incluye diez centavos envueltos en papel higiénico: «ve al cine y cuéntame la película». Pero, gradualmente, en sus cartas tiende a confundirme con su otro amigo, el Buddy que murió en 1880 y tantos; cada vez más son no solo los días trece en que se queda en la cama: llega un mañana de noviembre, un amanecer de invierno sin hojas y sin pájaros, en que no puede levantarse y exclama: «¡Oh, madre mía! ¡Llegó el tiempo de los pasteles de fruta!»

Y cuando eso sucede, lo sé. El mensaje que me lo anuncia no hace más que confirmar una noticia que ha recibido ya cierta secreta fibra, amputando una parte insustituible de mi mismo, dejándola suelta como una cometa con el cordel roto. Es por eso que, al atravesar un patio de la escuela en esa particular mañana de diciembre, voy escudriñando el firmamento. Como si esperase ver, semejantes a corazones, un par de cometas sueltas que corren al cielo.-



sábado, 25 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD

TRUMAN CAPOTE

"UN RECUERDO NAVIDEÑO"

Octava entrega

-¿Buddy, estás despierto?

Es mi amiga que me llama desde su habitación, contigua a la mía; y un momento más tarde está sentada en mi cama, sosteniendo una vela.

-Bueno, no puedo dormir ni tanto así -declara-. Mi pensamiento salta como una liebre. Buddy, ¿crees que la señora Roosevelt servirá nuestro pastel en la cena?

Nos arrebujamos en la cama y ella me oprime la mano con ternura.

-Diría que tu mano era mucho más pequeña. Creo que me disgusta verte crecer. Cuando seas mayor, ¿seremos amigos todavía?

Yo digo que lo seremos siempre.

-¡Me siento muy triste, Buddy! ¡Deseaba tanto regalarte una bicicleta! Traté de vender el camafeo que me regaló papá. Buddy… -vacila, como turbada-, te he hecho otra cometa.

Entonces, yo confieso que hice una para ella también; y reímos. La vela está demasiado agotada para seguir ardiendo. Se apaga, y deja ver la luz de las estrellas, esas estrellas que giran en la ventana como un visible villancico al que, lentamente, lentamente, el alba acalla. Posiblemente estamos adormilados; pero los primeros resplandores de la aurora nos rocían como agua fría; ya estamos levantados, con los ojos muy abierto y dando vueltas mientras esperamos que los demás despierten. Adrede, mi amiga deja caer un caldero sobre el suelo de la cocina. Yo bailo, repiqueteando con los pies, frente a las puertas cerradas. Uno a uno salen los de casa, con caras de querer matarnos a los dos; pero es Navidad y, por lo tanto, no pueden hacerlo. Primero, un espléndido desayuno: absolutamente todo lo que uno puede imaginar…, desde las tortas de sartén y la ardilla frita, hasta el pinole y la miel en panal. Lo cual pone a todos de buen humor, menos a mi amiga y a mí. Francamente, tenemos tanta impaciencia por ver los regalos, que no podemos tragar un bocado.

Bueno, quedo decepcionado. ¿Quién no lo estaría? Calcetines, una camisa para ir a la escuela dominical, algunos pañuelos, un suéter usado y un año de suscripción a una revista religiosa para niños. El Pequeño Pastor. Me indigna. Realmente me indigna.

Mi amiga saca mejor tajada. Un saco de ciruelas, que es su mejor regalo. Sin embargo, está más orgullosa de un chal de lana blanca tejido por su hermana casada. Pero «dice» que su regalo favorito es la cometa que yo le hice. Y «es» muy hermosa; aunque no tan hermosa como la que ella hizo para mí, que es azul y tachonada de estrellas de Buena Conducta doradas y verdes; además, en ella está pintado mi nombre, «Buddy».

-Buddy, está soplando el viento.

Sopla el viento, y nada haremos sino correr hasta unos prados que hay más abajo de la casa, adonde Queenie había volado para enterrar su hueso (y donde el otro invierno, Queenie será enterrada también). Una vez allí, sumergidos en la lozana hierba que nos llega hasta la cintura, soltamos nuestras cometas, las sentimos que tiran del cordel como peces del cielo que nadan en el viento. Satisfechos, calientes del sol, nos tendemos en la hierba y pelamos ciruelas y contemplamos el cabriolar de nuestras cometas. Pronto olvido los calcetines y el suéter usado. Soy tan feliz como si ya hubiéramos ganado el Gran premio de cincuenta mil dólares en aquel concurso de dar nombre a un café.

-¡Madre, que tonta soy! -exclama mi amiga, súbitamente alerta, como una mujer que recuerda demasiado tarde que tiene bizcochos en el horno-. ¿Sabes lo que he creído siempre? -pregunta en un tono de descubrimiento y no sonriéndome a mí, sino a un punto situado más allá-. Siempre he creído que un cuerpo tiene que estar enfermo y agonizante antes de ver al señor. Y me imaginaba que cuando Él viniese sería como mirar a través de la ventana de los baptistas: hermoso como un cristal de color atravesado por el sol, un brillo tal que no te enteras de que oscurece. Y ha sido un consuelo pensar en aquel resplandor que hace desaparecer todo el miedo al coco. Pero estoy segura de que eso no sucede nunca. Estoy segura de que en el último momento el cuerpo comprende que el Señor ya se ha mostrado. Que ver las cosas tal como son -su mano hace un ademán circular que abarca nubes y cometas y hierba y a Queenie echando tierra con las patas sobre su hueso-, simplemente como siempre las ha visto, era verlo a Él. En cuanto a mí, podría dejar el mundo con el día de hoy en los ojos. (concluirá mañana)


viernes, 24 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"UN  RECUERDO  NAVIDEÑO"
( La primer entrega de este relato deTruman Capote, se realizó el día  18 del corriente )

Séptima entrega


Un baúl en el desván contiene: una caja de zapatos llena de colas de armiño (procedentes de una capa de teatro de una curiosa dama que una vez alquiló una habitación en la casa), rollos de colgajos de relumbrón dorados por los años, una estrella de plata, una corta serie de bombillas acarameladas, viejas, indudablemente peligrosas. Excelente decoración hasta donde alcanza, que no es lo suficiente: mi amiga quiere que nuestro árbol resplandezca «como una ventana de los baptistas», que se doble bajo el peso de las nieves de adorno. Pero no podemos costear los esplendores de fabricación japonesa que venden en el «cinco y diez». Por lo tanto, hacemos lo que hemos hecho siempre: pasar días sentados ante la mesa de la cocina con tijeras y lápices y montones de papel de colores. Yo hago los dibujos y mi amiga los recorta: gran cantidad de gatos, peces también (porque son fáciles de dibujar), algunas manzanas, algunas sandías, unos pocos de ángeles alados hechos de envoltorios de papel de estaño que tenemos guardado. Empleamos imperdibles para sujetar al árbol esas creaciones: como toque final, salpicamos las ramas con algodón desmenuzado (recogido en agosto con ese propósito). Mi amiga, contemplando el efecto, junta sus manos.



-Ahora, francamente, Buddy, ¿no te parece bueno para comer?

Queenie trata de comerse un ángel.

Después de tejer y adornar con cintas las coronas de acebo para todas las ventanas de la fachada, nuestro proyecto inmediato es la preparación de los regalos para la familia. Pañoletas para las damas, para los hombres un jarabe, preparado en casa, de limón, regaliz y aspirina, para tomarlo «a los primeros síntomas de un resfriado y después de cazar». Pero cuando llega la hora de preparar nuestros mutuos regalos, mi amiga y yo nos separamos para trabajar secretamente. Me gustaría comprarle un cuchillo con mango de nácar, una radio, una libra de cerezas cubiertas de chocolate (una vez probamos algunas y ella siempre jura: «viviría siempre de cerezas, Buddy. ¡Señor, si, podría…!, y esto no es tomar Su nombre en vano»). En vez de todo eso, le estoy haciendo una cometa. A ella le gustaría regalarme una bicicleta (lo ha dicho un millón de veces: «si yo pudiera, al menos, Buddy. Ya es bastante malo pasar la vida sin lo que “uno” desea; pero, que Dios lo confunda, lo que me fastidia es no poder dar a “alguien” lo que deseo que tenga. Pero cualquier día lo haré, Buddy. Te encontraré una bicicleta. No preguntes cómo. La robaré quizá»). En vez de eso, estoy casi seguro de que me está haciendo una cometa…, igual que el año pasado, y que el anterior: el anterior a ese nos regalamos hondas. Todo lo cual me parece muy bien. Pues somos campeones de vuelo de cometa, sabemos estudiar el viento como los marineros; mi amiga, más experta que yo, puede elevar una cometa cuando ni siquiera sopla brisa suficiente para arrastrar a las nubes.

La víspera de Navidad, por la tarde, reunimos un níquel y vamos a la carnicería a comprar el regalo tradicional para Queenie, un buen hueso de ternera para roer. El hueso, envuelto en papel fantasía, se cuelga alto en el árbol, cerca de la estrella de plata. Queenie sabe que está allá. Se agazapa al pie del árbol mirando hacia arriba en un arrobo codicioso. Cuando llega la hora de ir a dormir se niega a moverse. Su excitación es igualada por la mía. Levanto a patadas las mantas y doy vueltas a la almohada como si fuese una abrasadora noche de verano. En algún lugar canta un gallo, falsamente, pues el sol está todavía al otro lado del mundo.(Continuará)

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jueves, 23 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"UN RECUERDO NAVIDEÑO"

sexta entrega

Mañana. La hierba resplandece con la escarcha; el sol, redondo como una naranja y anaranjado como las lunas del tiempo cálido, se alza en equilibrio sobre el horizonte, pule los bosques plateados de invierno. Un pavo silvestre canta. Un cerdo vagabundo gruñe entre la maleza. Pronto, a la orilla del agua de rápida corriente, profunda hasta llegar a la rodilla, tenemos que abandonar el carrito. Queenie es la primera en vadear el arroyo, chapotea ladrando plañideramente a la rapidez de la corriente y a su frialdad capaz de producir neumonía. Nosotros la seguimos, sosteniendo nuestros zapatos y equipo (un hacha y un saco de arpillera) sobre nuestras cabezas. Kilómetro y medio más: de espinas, zarzas y cardos atormentadores que se agarran a nuestros vestidos; de rojizas agujas de pino, brillantes, mezcladas con hongos de alegres colores y plumas de pájaros. Aquí y allá, un vuelo fugaz, un alboroto, una explosión de chillidos nos recuerdan que no todas las aves han volado hacia el sur. Siempre el sendero serpentea entre charcos de sol almidonado y oscuras bóvedas de ramas. Hay que cruzar otro arroyo: una alborotada flota de abigarradas truchas agita el agua a nuestro alrededor, y ranas del tamaño de platos practican las zambullidas de panza: obreros castores están construyendo un dique. En la otra orilla, Queenie se sacude y tiembla. Mi amiga también se estremece, no de frío sino de entusiasmo. Una de las maltrechas rosas de su sombrero suelta un pétalo cuando ella levanta la cabeza y aspira el aire cargado de aroma de pinos.


-Ya casi llegamos. ¿Los hueles, Buddy? -dice, como si nos acercáramos al océano.

Y, en efecto, es una especie de océano. Grandes extensiones perfumadas de árboles navideños, acebos de punzantes hojas. Bayas rojas como brillantes campanillas chinas: los negros cuervos se precipitan chillando sobre ellas. Ya llenos nuestros sacos de suficiente verde y escarlata para rodear de guirnaldas una docena de ventanas, vamos a elegir un árbol, por fin.

-Debe ser -murmura mi amiga- dos veces más alto que un muchacho. De esta manera ningún muchacho podrá robar la estrella.

El que elegimos es dos veces más alto que yo. Hermoso y valiente bruto que sobrevive a treinta hachazos antes de ceder con un crujiente grito de rendición. Tomándolo como un animal muerto, empezamos el largo arrastre. A los pocos metros abandonamos la lucha, nos sentamos y jadeamos. Pero tenemos la fuerza de los cazadores victoriosos; esto y el perfume frío y viril del árbol nos reanima, nos aguijonea. Muchos elogios acompañan nuestro regreso, a puesta de sol, por la carretera de arcilla roja que lleva a la aldea; pero mi amiga es taimada y evasiva cuando los viandantes alaban el tesoro cargado en nuestro carrito.

-¡Qué hermoso árbol! ¿De dónde lo traen? -De por allá – murmura ella, vagamente. Una vez se detiene un coche y la holgazana esposa del rico propietario del molino se asoma y relincha:

-Les doy veinte centavos por ese viejo árbol.

Ordinariamente mi amiga tiene miedo de decir que no; pero en esta ocasión sacude prontamente la cabeza:

-No lo daríamos ni por un dólar.

-¡Un dólar! ¡Madre! Cincuenta centavos. Es lo más que doy. ¡Por Dios, mujer!, pueden ir a buscar otro.

En respuesta, mi amiga observa suavemente:

-Lo dudo. Nunca hay dos de nada.

En casa, Queenie se deja caer junto al fuego y duerme hasta la mañana, roncando fuerte como un ser humano. (Continuará)




-Debe ser -murmura mi amiga- dos veces más alto que un muchacho. De esta manera ningún muchacho podrá robar la estrella.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"Un recuerdo navideño"

QUINTA ENTREGA
La estufa negra, cargada de carbón y leña, resplandece como una calabaza iluminada por dentro. Las batidoras de huevo giran, las cucharas revuelven las vasijas de mantequilla y azúcar, la vainilla endulza el aire, el jengibre lo hace picante; una mezcla de olores que producen hormigueo a las narices, satura la cocina, se difunde por la casa, se esparce por el mundo en bocanadas de humo de la chimenea. En cuatro días nuestra obra ha terminado. Treinta y un pasteles, empapados de whisky, en los antepechos de las ventanas y los anaqueles.




¿Para quién son?

Amigos. No necesariamente amigos de la vecindad: realmente, la mayor parte están destinados a personas a quienes hemos visto quizá una vez, quizá nunca. Personas que han impresionado nuestra imaginación. Como el presidente Roosevelt. Como el reverendo J. C. Lucey y su esposa, misioneros baptistas en Borneo que dieron conferencias aquí el invierno anterior. O el pequeño afilador que viene a recorrer la aldea dos veces al año. O Abne Packer, el conductor del autocar de Mobile de las seis, con quien cambiamos ademanes de saludo cada día cuando pasa en una nube veloz de polvo. O los jóvenes Wiston, una pareja de California, cuyo coche una tarde se averió frente a la casa y pasaron una hora agradable charlando con nosotros en la galería (el joven señor Wiston nos sacó una instantánea, la única fotografía que nos han hecho en nuestra vida). ¿Es debido a que mi amiga es tímida con todo el mundo «excepto» con los extraños, que esos extraños, y las relaciones más fugaces, nos parecen ser nuestros verdaderos amigos? Creo que sí. También los álbumes donde guardábamos las palabras de agradecimiento en papel de carta de la Casa Blanca, alguna que otra comunicación de California y Borneo, las postales de a centavo del afilador, nos hacían sentirnos unidos a unos mundos extraordinarios más allá de la cocina con sus vistas a un cielo limitado.

Ahora la rama desnuda de una higuera, en diciembre, roza la ventana. La cocina está vacía, los pasteles han desaparecido ayer llevamos el último de ellos a la oficina de correos, donde el importe de los sellos dejó vacía nuestra bolsa. Estábamos sin un centavo. Esto me deprime, pero mi amiga insiste en celebrarlo…, con dos dedos de whisky que queda en la botella de Jajá. Damos a Queenie una cucharada en una taza de café (le gusta el café con sabor de achicoria y fuerte). El resto lo dividimos entre dos copas. Ambos amedrentados ante la perspectiva de tomar whisky puro; su sabor provoca gestos contraídos y estremecimientos. Pero poco a poco nos ponemos a cantar, cada uno diferentes canciones, simultáneamente. No sé la letra de la mía, sólo: «Ven, ven a la ciudad oscura, al baile de los faroleros». Pero sé bailar: quiero ser un bailarín de cine. Mi sombra danzante retoza sobre las paredes; nuestras voces sacuden la vajilla; reímos como si manos invisibles nos hicieran cosquillas. Queenie rueda sobre su espalda, sus patas se agitan en el aire, algo como una sonrisa estira sus labios negros. Por dentro me siento arder y chispear como esos leños que se desmoronan, despreocupado como el viento en la chimenea. Mi amiga da vueltas de vals en torno a la estufa, sosteniendo entre sus dedos el borde de su pobre falda de algodón como si fuera un vestido de baile. «Enséñame el camino para ir a casa», canta, mientras sus zapatos de tenis chirrían sobre el piso. «Enséñame el camino para ir a casa…»

Entran dos parientas. Muy enojadas. Potentes, con ojos que escarban, lenguas que escaldan. Escuchad lo que tienen que decir, palabras que caen con tono iracundo:

-¡Un niño de siete años! ¡Whisky en su aliento! ¿Has perdido el juicio? ¡Licor a un niño de siete años! ¡Si serás necia! ¡Camino a la perdición! ¿Recuerdas a la prima Kate? ¿Al tío Charlie? ¿Al cuñado del tío Charlie? ¡Vergüenza! ¡Escándalo! ¡Humillación! ¡Arrodíllate, reza, ruega al señor!

Queenie se esconde bajo la estufa. Mi amiga mira sus zapatos, su barbilla tiembla, levanta su falda y se limpia la nariz y corre a su habitación. Cuando ya hace mucho que la ciudad duerme y la casa está silenciosa, excepto por los relojes al dar las horas y el chisporroteo de los fuegos que van apagándose, está llorando sobre una almohada ya tan mojada como el pañuelo de una viuda.

-No llores -le digo, sentado a los pies deee su cama y temblando a pesar de mi camisa de noche de franela que huele a jarabe para la tos del invierno pasado-. No llores -le ruego tironeándole los dedos de los pies y haciéndole cosquillas-, eres demasiado vieja para eso.

-Es porque -dice en un hipo- «soy demasiado vieja. Vieja y ridícula.

-No ridícula. Divertida. Más divertida que nadie. Oye: si no dejas de llorar, mañana estarás tan cansada que no podremos ir a cortar un árbol.

Se incorpora. Queenie salta sobre la cama (cosa que le está prohibida) y le lame las mejillas.

-Sé donde encontraremos árboles verdaderammmente hermosos, Buddy. Y acebo también. Con bayas grandes como tus ojos. Es muy adentro de los bosques. No hemos ido nunca tan lejos. Papá nos traía árboles de Navidad de allí; los cargaba sobre su hombro. De eso hace cincuenta años. Bueno, ¡no puedo esperar la mañana! (CONTINUARÁ)


martes, 21 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"UN RECUERDO NAVIDEÑO"

Cuarta entrega.

De todos los ingredientes que componen nuestros pasteles de frutas, el whisky es el más caro, así como el más difícil de obtener: las leyes del estado prohíben su venta. Pero todo el mundo sabe que se puede comprar una botella al señor Jajá Jones. Al día siguiente, terminada nuestras compras más prosaicas, nos dirigimos al establecimiento del señor Jajá, un «pecaminoso» ( según la opinión pública) café, donde hay baile y frituras de pescado, a la orilla del río. Habíamos estado allí antes y con el mismo objeto; pero los años anteriores tratamos con la esposa de Jajá, una india oscura como el yodo, pelo oxigenado color latón y un aire de extrema fatiga. Nunca, en verdad, habíamos visto a su marido, aunque habíamos oído decir que también es indio. Un gigante con cicatrices de navaja en las mejillas. Lo llaman Jajá porque es muy ceñudo, un hombre que nunca ríe.


A medida que nos acercábamos al café (larga cabaña de troncos, festoneada dentro y fuera con filas alegres y deslumbradoras bombillas eléctricas, que se levantaban junto a la orilla fangosa del río, bajo la sombra de árboles ribereños donde el musgo sube entre las ramas como niebla gris), nuestros pasos se hacían más lentos. Hasta Queenie deja de corretear y anda muy pegada a nosotros. Ha habido asesinatos en el café de Jajá. Personas despedazadas. Descalabradas. Hay un caso que irá al tribunal el mes próximo. Naturalmente, tales sucesos ocurren por la noche, cuando las luces de colores proyectan dibujos fantásticos y el fonógrafo aúlla. De día, el establecimiento de Jajá se ve mísero y desierto. Llamo a la puerta, Queenie ladra, mi amiga grita:





-¿Señora Jajá? ¿Señora? ¿Hay alguien en la casa?

Pasos. La puerta se abre. Nuestros corazones dan un vuelco. ¡Es el propio señor Jajá Jones! Y «es» un gigante; y «sí» tiene cicatrices; y «no» sonríe. Ceñudo, nos mira con ojos oblicuos de Satán y pregunta:

-¿Qué quieren de Jajá?

Por un momento estamos demasiado paralizados para contestar. Al fin mi amiga encuentra a medias su voz, un susurro de voz a lo sumo:

-Si nos hace el favor, señor Jajá, quisiérrramos un litro de su mejor whisky.

Sus ojos se inclinan más. ¿Quién lo creería? ¡Jajá está sonriendo! Es más, ríe.

-¿Quién de ustedes es el bebedor?

-Es para hacer pasteles de fruta, señor Jaaajá. Para cocinar.

Eso lo calma. Frunce el ceño.

-¡Qué manera de malgastar el buen whisky!

No obstante, se retira dentro del sombrío café y unos segundos más tarde aparece con una botella sin etiqueta llena de licor de un amarillo de margarita. Muestra su reflejo a la luz del sol y dice:

-Dos dólares.

Le pagamos con monedas de a diez, cinco y un centavo. De pronto, mientras agita las monedas en su mano como si fuesen dados, su cara se suaviza.

-¿Saben qué les digo? -propone, volviendo a meter el dinero en nuestra bolsa de cuentas-. En vez de pagar, mándenme uno de esos pasteles de frutas.

-Bueno -observa mi amiga por el camino de regreso a casa-, es un hombre encantador. Pondremos una taza más de pasas en «su» pastel. (Continuará)


lunes, 20 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"UN RECUERDO NAVIDEÑO"

Tercera entrega


Pero de una manera o de otra, cada año reuníamos unos ahorros para Navidad, el Fondo de los Pasteles de Frutas. Guardábamos ese dinero en una vieja bolsa de cuentas, bajo una tabla suelta del piso, bajo el orinal, bajo la cama de mi amiga. Rara vez sacamos la bolsa de su seguro escondrijo, excepto para depositar dinero o, como sucede cada sábado, para retirarlo; pues los sábados se me conceden diez centavos para ir al cine. Mi amiga no ha ido nunca al cine ni piensa ir. Dice:

-Prefiero que me lo cuentes, Buddy. De esta manera puedo imaginar más. Por otra parte, una persona de mi edad no debe gastarse la vista. Cuando el Señor venga, que pueda verlo claramente.

Además de no haber visto nunca una película, nunca tampoco había: comido en un restaurante, viajado hasta más de cinco millas de la casa, recibido o enviado un telegrama, leído nada excepto tebeos y la Biblia, usado maquillaje, maldecido, deseado mal a nadie, mentido a sabiendas, dejado que un perro hambriento siguiera hambriento. He aquí algunas cosas que ha hecho y que hace: mató con un azadón la mayor serpiente de cascabel que se ha visto en este condado (de dieciséis anillos), toma rapé (secretamente), domestica colibríes (hagan la prueba) hasta que se posen sobre su dedo, cuenta historias de fantasmas (ambos creemos en fantasmas) tan escalofriantes que le hielan a uno en Julio, habla sola, pasea bajo la lluvia, cultiva las más hermosas camelias japonesas de la población y sabe la receta de toda clase de viejas curaciones indias, incluyendo un remedio mágico para extirpar verrugas.

Ahora, terminada la cena, nos retiramos a nuestra habitación, situada en una parte remota de la casa, donde mi amiga duerme en una cama de hierro cubierta con una vieja colcha y pintada de rosa, su color favorito. Silenciosamente, entregados a los placeres de la conspiración, sacamos la bolsa de su escondrijo y derramamos su contenido sobre la colcha. Billetes de a dólar apretadamente enrollados y verdes como brotes de mayo. Sombrías monedas de a cincuenta centavos, lo bastante pesadas para mantener cerrados los ojos de un muerto. Hermosas piezas de a diez, la moneda más viva, la que realmente tintinea. Níqueles y cuartos de dólar, pulidos por el uso como guijarros de arroyo. Pero, más que nada, un odioso montón de centavitos de color acre. El verano pasado los otros de la casa convinieron en pagarnos un centavo por cada veinticinco moscas que matáramos. ¡Oh, la carnicería de agosto, las moscas que volaron al cielo! Sin embargo, ése no era un trabajo que nos enorgulleciera. Y mientras estábamos sentados contando centavos, era como si volviéramos a hacer el recuento de moscas muertas. Ninguno de los dos tenía cabeza para los números; contábamos lentamente, nos equivocábamos, volvíamos a empezar. De acuerdo con los cálculos de mi amiga, tenía $ 12.73. Según los míos, exactamente $13.

-Espero que te hayas equivocado, Buddy. No podemos hacer nada con trece. Los pasteles saldrían mal. O alguien iría al cementerio. ¡Ni pensar en levantarme de la cama el día trece!

Eso es verdad: mi amiga siempre pasa los días trece en la cama. Por lo tanto, para asegurarnos, separamos un centavo y lo arrojamos por la ventana. (Continuará)

domingo, 19 de diciembre de 2010

TRUMAN CAPOTE

"UN RECUERDO NAVIDEÑO"


Tres horas más tarde estamos de regreso en la cocina con una carretada de pacanas caídas de los árboles. Nos dolía la espalda por el esfuerzo de recogerlas: era difícil encontrarlas (puesto que la cosecha principal había sido recogida sacudiendo los árboles y vendida por los propietarios de la huerta, que no éramos nosotros) entre las hojas que las ocultaban y la hierba escarchada y engañadora. ¡Craaac! Un alegre crujido y estallidos de un trueno en miniatura se oyen cuando se rompen las cáscaras y el dorado montón de dulces almendras aceitosas y marfileñas aumenta en la vasija de criolita. Queenie pide que lo dejemos probar, y de cuando en cuando mi amiga le da furtivamente un trocito, aunque insistiendo en que con ello nos privamos.

–No debemos, Buddy. Si empezamos, no pararemos. Y apenas si alcanza con esto. Para treinta pasteles.




La cocina está oscureciéndose. El crepúsculo convierte la ventana en un espejo: nuestro reflejo se mezcla con la luna naciente mientras trabajamos junto a la chimenea al resplandor del fuego. Por último, cuando la luna ya está alta, arrojamos la última cáscara al fuego y, suspirando al unísono, la vemos encenderse. El carrito está vacío, la vasija llena hasta el borde.

Cenamos (bizcochos fríos, tocino, dulce de zarzamora) y discutimos sobre lo que haremos mañana. Mañana empieza la clase de trabajo que me gusta más: comprar. Cerezas y sidra, jengibre y vainilla, pasas y nueces y whisky, y, ¡oh, tanta harina, mantequilla, tantos huevos, especias, esencias! ¡Caramba, necesitaremos un pony para tirar del carrito hasta la casa!

Pero antes de que se puedan efectuar esas compras, está la cuestión del dinero. Ninguno de los dos lo tiene. Excepto las miserables sumas que alguna vez obtenemos de las personas de la casa (diez centavos se considera una gran cantidad), o lo que ganamos con ciertas actividades: ventas diversas, de cubos llenos de moras cosechadas por nosotros, tarros de mermelada y jalea de manzana y conservas de melocotón hechas en casa, flores para los entierros y las bodas. Una vez ganamos un concurso sobre el fútbol nacional. No es que entendiéramos nada de fútbol. Es, simplemente, que participamos en cualquier concurso de que tuviéramos noticias: en aquel momento nuestras esperanzas se cifraban en el gran premio de cincuenta mil dólares ofrecidos para dar nombre a una nueva marca de café (propusimos «A.M.»; y después de alguna vacilación, pues mi amiga pensaba que acaso sería sacrílego el slogan «A.M. Amén»). Para decir la verdad, nuestra única empresa «realmente» provechosa fue el Museo de Rarezas y Diversiones que organizamos en el cobertizo de un patio, dos veranos antes. Las Diversiones consistían en una linterna mágica con vistas de Washington y de Nueva York que nos prestó una parienta que había estado en aquellos lugares (y se puso furiosa cuando descubrió para qué se la habíamos pedido); las Rarezas, un polluelo de tres patas empollado por una de nuestras gallinas. Todo el mundo quería ver aquel polluelo; hacíamos pagar un níquel a los mayores y dos centavos a los niños. Y habíamos colectado lo menos veinte dólares cuando se cerró el museo por la muerte de la principal atracción. (Continuará)
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Agradecimiento:
Las ilustraciones son del interesante blog: cocinamosentretodos.blogspot.com; incluso el cuadro:"Bodegón y nanjas" de Hernri  Matisse.-
Aclaración : leotextosconbuga es un blog sin fines de lucro que aspira a difundir compartiendo.  Gracias a todos.-

sábado, 18 de diciembre de 2010

Truman Capote síntesis Biográfica

El autor con su mascota.


Nacido como Truman Streckfus Persons, adoptaría el nombre del segundo marido de su madre, un cubano llamado Joe García Capote. En su infancia vivió en las granjas del sur de los Estados Unidos y, según sus propias palabras, empezó a escribir para mitigar el aislamiento sufrido durante su infancia. Estudió en el Trinity School y en la St. John's Academy de Nueva York. A los 17 años ya era un consumado periodista: trabajaba para la revista The New Yorker.

En 1966 crea "A sangre fría" que será su trabajo más celebrado. Con ella acuñaría el término non-fiction-novel, creando un referente para lo que luego sería el nuevo periodismo estadounidense. La novela, publicada tras 5 años de intensa investigación, cuenta el suceso real del asesinato de la familia Clutter, y es llevada al cine en 1967 por Richard Brooks. Del libro se venderían más de trescientos mil ejemplares, permaneciendo en la lista de los libros más vendidos del New York Times

En el desgarrador autorretrato del autor y su imaginario gemelo, de su libro "Música para camaleones", decía de sí mismo: "Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio.", frase que desde entonces se asocia con él. Este libro, último de su bibliografía, es una brillantísima colección de entrevistasreintas.

Su depresión lo llevó a un proceso de autodestrucción, dependiendo cada vez más de los psicofármacos que, combinados con el alcohol, deterioraron su salud y sus relaciones con todos sus amigos, hasta morir por sobredosis en 1984.

Fuente consultada Wikipedia, donde  ,como es sabido, podrán encontrar mucha más información sobre este notable autor y su obra.-
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Nota: "Leer y compartir" es un blog sin fines de lucro, solamente difundir autores literarios y breves muestras de sus obras.-

TRUMAN CAPOTE

“UN RECUERDO NAVIDEÑO”


Primera entrega


Una mañana de últimos días de noviembre. Un amanecer de invierno, hace más de veinte años. La cocina de una vieja casa espaciosa en una aldea. Constituye su rasgo principal una gran estufa negra; pero hay también una gran mesa redonda y una chimenea con dos mecedoras colocadas ante ella. Aquel día comenzaba en la chimenea el rugido invernal.

Una mujer de pelo corto y canoso está de pie ante la ventana de la cocina. Lleva zapatos de tenis y un informe suéter gris sobre un vestido de algodón veraniego. Es pequeña y vivaracha como una gallinita de bantam; pero, debido a una larga enfermedad de la infancia, sus hombros son lastimosamente gibosos. Su rostro es singular…, parecido al de Lincoln, así de áspero, curtido por el sol y el viento; pero también es delicado, de fino trazo, y sus ojos son tímidos, color de cereza.

-¡Oh, madre mía! -exclama, empañando el vidrio de las ventanas con su aliento-. ¡Llegó el tiempo de los pasteles de fruta!

La persona a quien habla soy yo. Tengo siete años; ella, sesenta y pico. Somos primos, muy distantes, y hemos vivido juntos…, bueno, desde que yo puedo recordar. Viven en la casa otras personas, parientes; y aunque tienen poder sobre nosotros, y con frecuencia nos hacen llorar, en general no advertimos mucho su existencia. Somos el mejor amigo uno de otro. Me llama Buddy, en recuerdo de un muchacho que fue antes su mejor amigo. El otro Buddy murió en 1880 y tantos, cuando ella era todavía una niña. Ahora es todavía una niña.

-Lo supe antes de levantarme -dice, alejándose de la ventana con una excitada decisión en los ojos-. ¡La campana de la Audiencia sonaba tan fría y clara! Y no había pájaros que cantasen; se habían marchado a tierras más cálidas, sí. ¡Oh, Buddy deja de tragar bizcochos y trae nuestro carrito! Ayúdame a buscar mi sombrero. Tenemos que hacer treinta pasteles.

Siempre lo mismo: llega una mañana de noviembre y mi amiga, como inaugurando oficialmente la época navideña que alboroza su imaginación y aviva las llamas de su corazón, anuncia: «¡Llegó el tiempo de los pasteles de frutas! trae nuestro carrito. Ayúdame a buscar mi sombrero».

Se encuentra el sombrero, una rueda de paja adornada con rosas de terciopelo que la intemperie ha marchitado: en otro tiempo perteneció a una parienta muy elegante. Los dos juntos empujamos nuestro carrito, un destrozado coche de niño, hacia el jardín y hacia un bosquecillo de pacanas. El carrito es mío, es decir, fue comprado para mí cuando nací. Está hecho de mimbre, bastante desbaratado, y las ruedas se bambolean como las piernas de un borracho. Pero es un servidor leal; en primavera, lo llevamos a los bosques y lo llenamos de flores, hierbas, helechos para las macetas de nuestra galería; un verano, lo cargamos con provisiones para el picnic y con cañas de azúcar para pescar, y lo empujamos hasta la orilla del arrollo; también tiene sus usos invernales: transportar leña del patio a la cocina, servir de cama tibia para Queenie, nuestra pequeña terrier anaranjada y blanca, vigorosa, que ha sobrevivido a enfermedades y a dos mordeduras de serpientes de cascabel. Ahora Queenie va trotando junto al carrito. (Continuará)
       

viernes, 17 de diciembre de 2010

"UN RECUERDO NAVIDEÑO" DE TRUMAN CAPOTE

En un libro que contenía varios cuentos seleccionados, por su calidad a criterio deJulio Cortázar, descubrí varios cuentos que hacen honor al saber y el gusto estético del gran escritor argentino.- Entre ellos me conmovió por su frescura e inocencia de los personajes , "Un recuerdo navideño" del norteamericano TRUMAN CAPOTE" .-Hace unos días recordé este relato y quise compartirlo con mis amigos del blog, los seguidores de "leer y compartir".- Con la esperanza que los emocione como a mí, iniciaré pues en varias entregas, este cuento navideños del controvertido escritor y periodista, cuya más famosa novela sea quizá
"A SANGRE FRÍA", la que relata en detalle un terrible crimen  de toda una familia, ocurrido en el estado de Kansas, que llevó a Capote a consustanciarse para concretar esta obra, al punto de acercarse , acaso demasiado, a uno de los criminales, ya preso al que visitó en la cárcel muchas veces reuniendo los datos para la novela y, finalmente tuvo el dudoso privilegio de presenciar el momento de la ejecución del asesino devenido en personaje de la novela.-






Precisamente en la película "CAPOTE" dirigida por Bennett Miller y protagonizada por el actor: Philip Seymour Hoffman, se narra el proceso de elaboración de la novela.-
Como quedó dicho y estando próxima la navidad, a partir de una próxima entrada podrán leer en nueve entregas el relato: " Un recuerdo navideño" en que el autor se ubica para narrarlo , en uno de los personajes que aparenta ser su propia infancia.- Compartámoslo ya que volveré e leerlo con gusto al ir pasándolo a nuestro blog.- Gracias y felicidades en estas navideñas fiestas.-  Carlos

jueves, 16 de diciembre de 2010

JANE AUSTEN

Nació el 16 de diciembre de 1775 en Steventon, Inglaterra

Falleció el 18 de julio de 1817 en Winchester, Inglaterra

Empezó a escribir desde pequeña.

Sus Obras están en varios libros: el primero Amor y amistad, publicado en 1922. Entre 1796 y 1798 escribió Juicio y sentimiento (Sentido y sensibilidad, 1811 Orgullo y prejuicio en1813, juzgada como su mejor novela, donde relata vida y amoríos de seis ermanas. . La abadía de Northanger en1818.- En 1811 publicó Juicio y sentimiento. En 1814 Mansfield Park, en 1816 Emma y en 1818 Persuasión (1818). También se ha publicado su correspondencia en 1932 bajo el título de : Cartas


JANE AUSTEN


Nació el 16 de diciembre de 1775 en Steventon, Inglaterra

Falleció el 18 de julio de 1817 en Winchester, Inglaterra

Empezó a escribir desde pequeña.

Sus Obras están en varios libros: el primero Amor y amistad, publicado en 1922. Entre 1796 y 1798 escribió Juicio y sentimiento (Sentido y sensibilidad, 1811 Orgullo y prejuicio en1813, juzgada como su mejor novela, donde relata vida y amoríos de seis ermanas. . La abadía de Northanger en1818.- En 1811 publicó Juicio y sentimiento. En 1814 Mansfield Park, en 1816 Emma y en 1818 Persuasión (1818). También se ha publicado su correspondencia en 1932 bajo el título de : Cartas

La pareja protagonista: Elizabeth y Darcy

Elizabeth Bennet es la protagonista de la novela. Elizabeth es la segunda de las cinco hijas de los señores Bennet, y es una atractiva joven de veinte años cuando comienza la historia. Es la favorita de su padre, de quien ha heredado su inteligencia e ingenio. "Es de una viva inteligencia, de una sabiduría alejada de toda pedantería, lo que le permite soportar serenamente y con indulgencia la estrecha atmósfera provinciana que le ha tocado vivir". Al principio, confundida por las primeras impresiones, la despista el frío comportamiento externo del Sr. Darcy. Sin embargo, es suficientemente sabia y madura como para, con el tiempo, superar sus prejuicios.

Fitzwilliam Darcy es el personaje masculino central de la novela, y segundo interés amoroso de Elizabeth. Es un hombre inteligente, rico y tímido, que a menudo parece arrogante y orgulloso a los extraños, pero posee debajo de esa fachada un interior honesto y bueno. Inicialmente, considera a Elizabeth socialmente inferior a él, no merecedora de sus atenciones; pero descubre que, a pesar de sus inclinaciones, no puede negar sus sentimientos por Elizabeth. Su primera proposición es rechazada debido a su orgullo y el prejuicio de Elizabeth contra él. Adora a su hermana Georgiana y es suficientemente inteligente para darse cuenta de la atención que atrae sólo por su posición social.

Fuente de Información: Wikipedia


La autora                                                                 


domingo, 12 de diciembre de 2010

EL FAMOSO Y CONOCIDO POEMA DE JOSÉ DE ESPRONCEDA

Canción del pirata





Con diez cañones por banda,

viento en popa, a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín.

Bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.



La luna en el mar rïela,

en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;

y ve el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Stambul:



«Navega, velero mío,

sin temor,

que ni enemigo navío

ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.



Veinte presas

hemos hecho

a despecho
del inglés,

y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.


Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,


mi ley, la fuerza y el viento,


mi única patria, la mar.



Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes

por un palmo más de tierra;

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.


Y no hay playa,

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,

que no sienta
mi derecho

y dé pecho

a mi valor.



Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.



A la voz de «¡barco viene!»

es de ver

cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar;

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.



En las presas

yo divido

lo cogido
por igual;

sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.


Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.



¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna entena,

quizá en su propio navío.



Y si caigo,

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,

cuando el yugo

del esclavo,

como un bravo,

sacudí.



Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria, la mar.



Son mi música mejor

aquilones,

el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.



Y del trueno

al son violento,
y del viento

al rebramar,

yo me duermo

sosegado,

arrullado
por el mar.



Que es mi barco mi tesoro,


que es mi dios la libertad,


mi ley, la fuerza y el viento,


mi única patria, la mar.»

lunes, 6 de diciembre de 2010

WALT WHITMAN

1819 - 1892

Walt Whitman nació el 31 de mayo de 1819 cerca de Huntington (Nueva York). Hijo de una familia de residencia más que centenaria en el país del norte.Su padre era carpintero, Walt fue el segundo de nueve hijos. El poeta  sintió siempre mayor afinidad con su madre. La  casa familiar  había sido construida por el padre con sus propias manos, en Long Island.   Vivían  del trabajo de carpintero del padre mas, por cuestiones económicas, debieron  abandonnar el medio rural en el que hasta ese momento  habían vivido para mudarse a la ciudad. En  1823 se establecen en Brooklyn. Por entonces el futuro poeta tenía cuatro años.-

Su obra poética pone el énfasis en la unicidad e importancia de todos los seres humanos.Por los contenidos como por el estilo W.W. es el iniciador de una poética que cambió radicalmente  la literatura poética acostumbrada y que  seguirían muchos importantes poetas de su país.-


 
 
Mira tan lejos como pueda...




Mira tan lejos como puedas, hay

espacio ilimitado allá,



cuenta tantas horas como puedas, hay

tiempo ilimitado antes y después.



Mi cita ya ha sido concertada y es

segura,



allí estará el Señor, esperando que yo

llegue en perfectas condiciones



allí estará el gran Camarada, el amante

verdadero que he anhelado.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

POEMA DE WALT WHITMAN

Me celebro y me canto a mÍ mismo


Me celebro y me canto a mí mismo.

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,

porque lo que yo tengo lo tienes tú

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.



Vago... e invito a vagar a mi alma.

Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra

para ver cómo crece la hierba del estío.

Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,

de esta tierra y de estos vientos.

Me engendraron padres que nacieron aquí,

de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,

de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.



Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.

Y con mi aliento puro

comienzo a cantar hoy

y no terminaré mi canto hasta que muera.

Que se callen ahora las escuelas y los credos.

Atrás. A su sitio.

Sé cuál es su misión y no la olvidaré;

que nadie la olvide.

Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,

dejo hablar a todos sin restricción,

y abro de par en par las puertas a la energía original de la naturaleza

desenfrenada.

Versión de León Felipe