martes, 22 de febrero de 2011

Locución de Federico García Lorca al ...

 Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.


Medio pan y un libro.
"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de
su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que laspersonas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que
le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve
melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin,
sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la
belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí
honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de
Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan;
sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de
reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos
piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es
convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un
hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los
pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso
Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia,
alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro
en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’.

Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

 


Gracias a Haydée por el aporte de este excelente discurso de un gran autor.-

viernes, 18 de febrero de 2011

“El Almanaque” de Conrado Meier

Fragmentos del cuento: “El Almanaque” de Conrado Meier




El carro de traqueteantes ruedas de madera avanzaba al tranco lento de los bueyes. Adelante el paisano Zoilo, la picana de caña colihue al hombro, silbando un airecito campero. Detrás trotaba jadeante, la lengua afuera, el “quiltro” de indefinido abolengo cordillerano. Salía de repente a todo correr en persecución de alguna liebre que invariablemente acababa burlando con ágiles saltos y gambetas sus afanes de cazador. Está viejo el “Corbata”, antes no se le escapaba ninguna…reflexionaba entonces su dueño.

Había salido temprano Zoilo, aun antes del amanecer, para poder regresar en el día. A media mañana soplaba un fuerte ventarrón en ráfagas que peinaban los matorrales y levantaban torbellinos de polvo de la reseca carretera. Oteó el horizonte: oscuros nubarrones corrían desbocados por el cielo encapotado y se desgarraban en girones entre los picachos de las montañas. Llovería seguramente, y buena falta que hacía.

Al cruzar el vado del Cuyín Manzano, un hilo de agua apenas a causa de la prolongada sequía estival, se bamboleó la pesada carga de cueros, fardos de lana y sacos de papa y cereal. Cuando llegó a la Confluencia, donde el Traful se vuelca en el Limay, siguió a la derecha orillando el río al que llaman Valle Encantado por las formas y figuras fantásticas de las rocas de las laderas y cimas. Debía llegar al boliche de La Lipela, allá en el recodo se veían ya los tejados entre alamedas ocres y amarillas del otoño.

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Llamó la atención de Zoilo el almanaque colgado enfrente, un motivo campestre de llamativos colores: un gaucho con aperos y vestimenta de lujo montado en brioso alazán, cabalgando la pampa infinita.

                                                                      carro tirado por bueyes,  de proveedor de leña
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La versión completa del cuento “El Almanaque” de Conrado Guillermo Meier, autor residente en Villa La Angostura, provincia del Neuquén, puede hallarse en las bibliotecas populares, escuelas y otras instituciones. Fue editada, concurso mediante, por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 2007 en el marco del Plan Nacional de Lectura . En fascículos individuales se publicaron cuentos de otros autores. Para mayor detalle se transcribe párrafo tomado de los sitios: WWW.neuquen.com y www.laangosturadigital.com.ar

Las obras que forman parte de la colección fueron seleccionadas en un concurso literario organizado por la delegación neuquina de la Sociedad de Escritoras y Escritores Argentinos (SEA); en el marco de la Campaña Nacional de Lectura del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación.


Las trabajos seleccionados que forman parte de la colección son “Teresa”, de Rafael Urretabizkaya; “Orcalumis”, de María Cristina Venturini; “El viejo”, de Jorge Del Río; “Media docena de efemérides neuquinas 1672-1918”, de Juan Sebastián Villarreal; “Mínimo mundo”, de Aldo Luis Novelli; “Poemas”, de Ricardo Costa y Alfredo Jaramillo; “Introducción a un feo lugar”, de Héctor Kalamicoy; “El almanaque”, de Conrado Meier; y “Se acabó”, de Natalia Ileana Belenger.


Asimismo, fuera del concurso, se editaron los siguientes títulos: “Pueblo Originario Mapuce I y II”, recopilados por el centro de Educación Mapuce Norgvbamtuleayiñ y “El Tayil (Creencias Araucanas)”, de Juan Benigar.

lunes, 14 de febrero de 2011

de JULIO VERNE

Fragmento de “El castillo de los Cárpatos”


Al salir del prado, Frik tomó por un ancho camino, que bordeaba extensos campos, donde ondulaba el trigo, con las espigas ya muy altas sobre las cañas; se veían también algunos sembrados de kukurutz, especie de maíz de aquel país. El camino llevaba al comienzo de un bosque de pinos y abetos y más allá extendía el Sil sus límpidas aguas filtradas por los guijarros del lecho, en las cuales flotaban trozos de madera aserrada en las serrerías de más arriba.

Werst no estaba muy lejos de allí, al otro lado de un espeso bosque de esbeltos árboles y esmirriados plantones que sobresalen poco del suelo. Dicho bosque se extendía hasta la garganta del Vulcano, cuya aldea de este nombre está situada en la vertiente meridional de los macizos del Plesa.

A aquella hora la campiña estaba solitaria; no era hasta entrada la noche que regresaban a sus hogares las gentes del campo. Pero cuando Frik iba a internarse entre los pliegues del valle, en una revuelta del Sil apareció un hombre, como a unos cincuenta pasos río abajo.

-¡Hola, amigo! -le saludó el pastor.

Se trataba de uno de esos mercaderes que recorren la región. Se les puede encontrar en las ciudades, en los pueblos y hasta en las más humildes aldeas. Hablando todos los idiomas no les resulta difícil hacerse entender. El que nos ocupa, ¿era italiano, sajón o valaco? Nadie hubiera podido decirle. En realidad, era un judío polonés, alto y enjuto, de afilada nariz y barba puntiaguda, frente abultada y ojos muy vivos.

Era un vendedor ambulante de anteojos, termómetros, barómetros y relojes de bolsillo.

Posiblemente el judío participaba del respeto o del temor que inspiran los pastores, por lo que saludó a Frik con la mano. Después, en lengua rumana, compuesta por latín y eslavo, dijo con acento extranjero:

-¿Qué tal vamos, amigo?

-Vamos con el tiempo -respondió Frik.

-Así, pues, hoy habrá ido bien.

-Pero mañana lloverá.

-¿Lloverá? -se extrañó el buhonero-. ¿Acaso en este país llueve sin nubes?

-Las nubes llegarán esta noche... ¡Y por allá abajo, por el lado malo de la montaña!

-¿Y cómo sabéis eso?

-Por la lana de los carneros, que está áspera y seca.

-Pues tanto peor para los que tengan que andar por estos caminos.

-¿Tenéis hijos? -preguntó entonces Frik.

-No.

-¿Estáis casado?

-Tampoco.

Era costumbre en el país preguntar esto a los que se encuentran. Después continuó:

-¿De dónde venís, buhonero?

-De Hermanstadt.

Hermanstadt es una de las.principales poblaciones de la Transilvania.

¿Y a dónde vais?

-A Kolosvar.

Para llegar a Kolosvar hay que subir en dirección al valle del Maros; después, por Karlsburg y siguiendo por las primeras estribaciones de los montes Bihar, se llega a la capital del distrito.

En verdad que estos mercaderes de barómetros, termómetros y cascajos venden el tiempo en todas sus formas; el pasado, el que hace, el que hará, de igual modo que otros venden cestos, lanas o telas de algodón. Diríanse los viajantes de la casa "Saturno y Compañía". No hay duda de que éste fue el efecto que el judío le causó a Frik, el cual contemplaba, asombrado, aquella colección de objetos nuevos para él, cuya aplicación desconocía.

-¡Eh, señor buhonero! -preguntó, alargando el brazo-. ¿Para qué sirve eso que castañetea en vuestra cintura, igual que los huesos de un viejo colgado?

-Son cosas valiosas -respondió el mercader-; objetos útiles para todos.

-¿Para todos? ¿También para los pastores?

-También.

-¿Y para qué sirve esa maquinita?

-Esta maquinita -explicó el judío, moviendo un termómetro entre sus manos-, os dice si hace calor o frío.

-¡Vaya cosa! Pues yo no necesito esto para saberlo, cuando sudo o cuando tirito. ¿Y ese cascajo con agujita?

-No es un cascajo, sino un barómetro que os dice si mañana hará buen tiempo o lloverá…

-¿Eso es cierto?

-Cierto.



-Pues yo no lo querría aunque sólo costase un céntimo -replicó Frik-. Me basta ver las nubes que se arrastran por encima de la montaña para saber con veinticuatro horas de anticipación el tiempo que va a hacer. Mirad: ¿veis aquella bruma que parece brotar del suelo? Pues ya os lo he dicho: eso significa que mañana lloverá.

Ciertamente, el pastor Frik, gran observador del tiempo, no necesitaba de ningún barómetro.

-¿Y tampoco os hará falta un reloj? -preguntó el buhonero.

-¿Un reloj...? Tengo uno que anda solo. Está suspendido sobre mi cabeza... Es el Sol. Mirad, amigo, cuando está sobre la punta de Rodük significa que es mediodía; y cuando parece que mira al agujero de Egelt es que son las seis. Mis carneros lo saben tan bien como yo, y mis perros igual que los carneros. Guardaos, pues, vuestros cachivaches.

-¡Vaya! -comentó el buhonero-. Mala venta haría si no tuviese más clientes que los pastores. ¿De verdad que no necesitáis nada?

-Absolutamente nada.

Y ya iba a coger de nuevo su cayado Frik, cuando, cogiendo una especie de tubo colgado de una correa del buhonero, dijo:

-¿Para qué sirve este tubo?

-No es un tubo -dijo el judío-; es un anteojo.

Era, en efecto, uno de esos anteojos comunes que agrandan cinco o seis veces los objetos, o que los aproximan otro tanto, lo que viene a ser lo mismo.

Frik había cogido aquel instrumento y lo contemplaba dándole vueltas entre sus manos, haciendo salir y entrar los cilindros.

-Sí, pastor -continuó el buhonero-. Es un magnífico anteojo, que os alargará mucho la vista...

-¡Ah!... Yo tengo muy buena vista, amigo. Cuando el tiempo está claro veo hasta la cresta del Retyezat, y los últimos árboles en el fondo de los desfiladeros del Vulcano.

-¿Sin entornar los ojos?

-Sin entornar los ojos, gracias al rocío de la noche, que me limpia la pupila.

-Bien... Si tenéis buenos ojos, yo los tengo mejores cuando miro por el anteojo.

-Eso habría que verlo.

-Probadlo.

-¿No me costará nada? -preguntó Frik, desconfiado por naturaleza.

-Nada; a menos que os decidáis a comprarme el aparato.

Tranquilo ya sobre el particular, Frik tomó el anteojo, cuyos tubos graduó el buhonero. Después de haber cerrado el ojo derecho, Frik aplicó el ocular al izquierdo y empezó a mirar hacia las montañas del Vulcano, subiendo hacia el Plesa; después, enfocó el instrumento hacia el pueblo de Werst.

-¡Calla! -exclamó-. ¡Pues es cierto! Alcanza más que mis ojos... Veo a Nic Deck, el guarda, que vuelve de su ronda con la mochila a la espalda y la carabina al hombro.

-¿No os lo dije? -observó el buhonero.

-Sí, sí, es Nic -continuó el pastor-. ¿Y quién es aquella mujer que sale de casa del amo, como si fuese al encuentro de Nic?

-Mirad con atención y la reconoceréis.

-¡Ah, sí!... ¡Es Miriota!... ¡Ah! ¡Los novios!... Esta vez tienen que andar con cuidado porque yo los veo y no voy a perderme ninguna de sus carantoñas.

-¿Qué me decís del aparato?

-¡Ah! Que hace ver desde muy lejos.

El asombro de Frik al coger por primera vez un anteojo para mirar a su aldea indicaba lo atrasado que este pueblo se encontraba.

martes, 8 de febrero de 2011

EL AUTOR

 Julio Verne


Julio Verne nació en Nantes el 8 de febrero de 1828.
Estudió leyes y fue un entusiasta lector en las bobliotecas de París siendo sus preferencias por los libros referidos a:   geología, ingeniería y astronomía

Inicialmente su labor literaria consistió en  escribir libretos de óperas y obras de teatro.

En sus fantásticos y numerosísimos libros de aventuras  se anticipa a muchos inventos que se concetarían en el futuro como, por ejemplo,  los cohetes espaciales.-

En 1864 publicó su primera novela "Cinco semanas en Globo".  Otras de sus obras son:   Viaje al centro de la tierra (1864),De la tierra a la luna (1865), 20,000 Leguas de viaje submarino (1870).
Y muchas más.........La última novela fue La invasión del mar en 1905

Falleció en 1905 en la ciudad de Amines.



    "Dos años de vacaciones" es de 1.888

JULIO VERNE

Fragmento de : "Dos años de vacaciones"


I

La tempestad. -Un «schooner» desamparado. -Cuatro muchachos en el puente del «Sloughi». -La mesana hecha pedazos. -Visita en el interior del yate. -El grumete medio ahogado. -Una ola por la popa. -La tierra a través de las nieblas de la madrugada. -El banco de arrecifes.

Durante la noche del 9 de Marzo de 1860 las nubes, confundiéndose con el mar, no permitían a la vista extenderse más allá de algunas brazas en derredor.

En aquel mar furioso, cuyas olas se desplegaban dejando en pos de sí surcos lívidos y espumosos, un buque ligero huía casi sin velas.

Era un yate de cien toneladas, un schooner, como llaman a las goletas en Inglaterra y en América.

Este schooner se denominaba el Sloughi, nombre que se hubiera buscado en vano en el cuadro de popa, en atención a que había sido arrancado en parte por debajo del coronamiento, quizá por el huracán, tal vez por algún choque.

Eran las once de la noche. Bajo la latitud en que se hallaba, y a principios de Marzo, éstas son bastante cortas. Los primeros albores no es dejarían ver hasta las cinco de la madrugada. ¿Pero serían acaso menores los peligros que amenazaban al Sloughi cuando el sol alumbrase el espacio? Tan débil nave ¿no estaría sin cesar, hasta destruirse, a merced de las olas, cada vez más embravecidas?

Seguramente que esto último acontecería, pues sólo la calma podría salvarla de un horroroso naufragio, cual lo es el que ocurre en medio del Océano, lejos de toda tierra, cuya presencia alienta siempre y hace muchas veces que algunos náufragos, reanimados por la esperanza, encuentren su salvación.

En la popa del Sloughi, y al lado del timón, se hallaban tres muchachos, uno de catorce años, otros dos de trece y un grumete de raza negra, que contaba apenas doce. Los pobres niños reunían sus fuerzas para impedir que las olas cogieran al schooner por los costados, haciéndole perecer. Era un trabajo muy rudo, porque la rueda del gobernalle, dando vueltas a pesar de los esfuerzos que las pobres criaturas hacían para dominarla, podía de un momento a otro sobreponerse a ellos y lanzarlos al mar. Un poco antes de las doce arreciaron tanto las olas que batían el flanco del yate, que puede considerarse como un milagro que no se rompiera el timón. Los golpes de mar eran rudísimos, y uno de ellos, muy fuerte, derribó a nuestros pequeños marineros, si bien pudieron éstos levantarse casi en seguida.

-¿Sirve todavía el timón? preguntó uno de ellos.
-Sí, Gordon, respondió otro muchacho, llamado Briant, que, habiendo vuelto a ocupar su sitio, conservaba toda su sangre fría.
Luego, dirigiéndose al tercero, dijo:
-Agárrate fuerte, Doniphan, y procura no acobardarte. Tenemos que salvar a los demás.
Estas frases fueron dichas en inglés; mas por el acento de Briant dejábase conocer que era de origen francés.
Éste se volvió hacia el grumete, diciéndole:
-¿Estás herido, Mokó?
-No, señor Briant; pero procuremos mantener el buque dando la popa a las olas, si no queremos irnos a pique.

En este momento se abrió la escotilla que daba patio al salón del schooner, y dos cabecitas aparecieron al nivel del puente, oyéndose al mismo tiempo los ladridos de un perro, que no tardó en dejarse ver también.

-¡Briant!... ¡Briant!... exclamó un niño como de unos nueve años de edad: ¿qué sucede?

-Nada, Iverson, nada, replicó Briant. Bájate otra voz con Dole... ¡Pronto, muy pronto!...

-¡Es que tenemos mucho miedo! añadió el otro más pequeño.

-¿Y los demás?... preguntó Doniphan.

-¡Los demás también están asustados! replicó Dole.

-Vamos, volved abajo, dijo Briant; encerraos, tapaos la cabeza con la sábana, cerrad los ojos, y así no tendréis miedo. No hay peligro ninguno.

-¡Atención!... ¡Otra ola!... exclamó Mokó.

Y, en efecto, un violento choque se sintió en la popa; pero felizmente no embarco agua, porque si tal hubiera sucedido, la ruina sería completa, pues penetrando el agua en el interior por la puerta de la escotilla, el yate no hubiera podido levantarse más.

-¡Volveos adentro, con mil rayos! exclamó Gordon: ¡volveos, si no queréis que os castigue!
-Vamos, niños, marchaos, volvió a repetir Briant con más dulzura.

Las dos cabecitas desaparecieron; mas en aquel momento, otro muchacho, que acababa de subir, preguntó:
-¿No nos necesitas, Briant?
-No: Baxter, Cross, Webb, Service, Wilcox y tú, quedaos con los pequeños. Bastamos aquí los cuatro.
Baxter volvió a cerrar por dentro.

-Los demás también tienen miedo, había dicho Dole, según recordarán nuestros lectores. Pero ¿es que no había más que niños en aquel schooner llevado por el huracán? ¿Es que no existía ningún hombre a bordo, ni un capitán que mandara, ni un marino siquiera que ejecutara las maniobras, ni un timonel que gobernase en medio de aquella tormenta? ¡No, no había más que niños! ¿Y cuántos eran? Quince, contando a Gordon, Briant,