La tierra nos enseña cómo somos mejor que cualquier libro porque ella se nos resiste. El hombre se descubre al enfrentarse a las dificultades pero, para ello, necesita una herramienta, necesita una garlopa o un arado. El campesino, al labrar, arranca lentamente algunos secretos a la naturaleza, y la verdad que libera es universal.
Así, el avión, herramienta de las líneas aéreas, entrevera al hombre con todos los viejos problemas.
Siempre tengo presentes las imágenes de mi primera noche devuelo en Argentina, una noche oscu-
ra, en la que refulgían como estrellas las escasa luces dispersas por la llanura.
Cada una señalaba en aquel océano de tinieblas el milagro de una conciencia. En aquel hogar se leía, se reflexionaba, se susurraban confidencias. En aquel otro, alguien, tal vez, intentaba penetrar en los secretos del espacio, y se consumía haciendo cálculos sobre la nebulosa de Andrómeda. Más allá se estaban amando. De n vez en cuando resplandecían en el campo hogueras que reclamaban su alimento. Bríllaban incluso las más discretas: la del poeta, la del maestro, la del carpintero. Pero, entre estas estrellas vivas, cuántas ventanas cerradas, cuántas estrellas apagadas, cuántos hombres adormecidos...
Tenemos que procurar unirnos. Tenemos que intentar comunicar con alguna de esas hogueras que, de
vez en cuando, arden en el campo.-
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