FRAGMENTO DE SU LIBRO: "LAS PEQUEÑAS MEMORIAS"
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"A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente míos, Si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde tuve nocimiento porque me los narraron personas que sí estuvieron presentes, si es que no hablaban, también ellas, por haberlos oído contar a otras personas. No es el caso de aquella escuelilla particular, en el cuarto o quinto piso de la calle Morais Soares, donde, antes de mudarnos a la la calle de los Cavaleiros, comencé a aprender las primeras letras. Sentado en una silla bajita, dibujaba lenta y aplicadamente en la piedra, que era el nombre que se le daba entonces a la pizarra, palabra demasiado pretenciosa para salir con naturalidad de la boca de un niño y que tal vez ni siquiera conociera todavía. Es un recuerdo propio, personal, nítido como un cuadro, en el que no falta la bolsa en la que acomodaba mis cosas, de arpillera marrón, con un asa para poderla llevar colgada al hombro.Escribía en la pizarra con tiza de dos calidades que se vendía en las papelerías, una, la más barata, dura como la piedra en la que se escribía, mientras que la otra, más cara, era blanda, suave, y le decíamos “de leche” , debido a su color, un gris claro tirando a lechoso, precisamente. Sólo después de haber entrado en la enseñanza oficial , y no fue en los primeros meses, mis dedos pudieron, por fin, tocar esa pequeña maravilla de las técnicas de escritura más actualizadas.
No sé cómo lo percibirán los niños de ahora, pero, en aquellas épocas remotas, para la infancia que fuimos, nos parecía que el tiempo estaba hecho de una especie particular de horas, todas lentas, arrastradas, interminables. Tuvieron que pasar algunos años para que comenzásemos a comprender, ya sin remedio, que cada una tenía sesenta minutos,y, más tarde aun, tendríamos la certeza de que todos ellos, sin excepción, acababan al final de sesenta segundos…
Del tiempo que vivimos en la calle Sabino de Sousa, en el Alto do Pina, era la fotografía (desgraciadamente desaparecida) en que estaba con mi madre en la puerta de una tienda de comestibles, ella sentada en un banco, yo de pie, apoyado en sus rodillas, teniendo al lado un saco de patatas con un letrero de papel escrito a mano, como entonces y por muchos años siguió utilizándose en las tiendas de barrio, informando al cliente del precio del producto incluso antes de que entrara en la tienda: 50 céntimos el kilo. Por el aspecto, yo debía de tener unos tres años y esa sería mi foto más antigua. De Francisco, aquel hermano que murió de bronconeumonía a los cuatro años de edad, en diciembre de 1924, conservo una foto de cuando aún era bebe. Algunas veces he pensado que podría decir que el retrato era mío y de esa manera enriquecer mi iconografía personal, pero nunca lo he hecho. Y sería la cosa más fácil del mundo, dado que, muertos mis
padres, ya no queda nadie que pueda desmentirme, pero robarle la imagen a quien ya había perdido la vida me parece una imperdonable falta de respeto, una indignidad sin disculpa.
Al César, pues, lo que es del César, a Francisco lo que sólo a Francisco puede pertenecerle."
……………………………………………………………………………............................................Fragmento del libro "Las Pequeñas Memorias" de José Saramago.-
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