Cincuenta y seis años con el dolor oculto, con el amor oculto, con la espina en carne viva. Y nos volvimos a ver, no sabíamos ni abrazarnos, no pudimos llorar. Toda la vida con la pregunta: ¿ella me amará todavía?
Entre los mates recordamos algunas naderías, sin bajar la guardia, sin mostrar la lágrima, con la sonrisa que parecía tristeza. La salud, los nietos, los amigos que partieron, los viejos queridos que ya no están. Te presto estas fotografías y mi viejo álbum azul-creo que en nuestro tiempo eran todos de ese color-seguramente no lo recordarás, me dedicaste una poesía que me hizo llorar yo tenía catorce, si no podés volver me lo mandás.
Mirando sin ver anduve unos kilómetros, estacioné junto a unos sauces, con lentitud de caricia abrí el sobre bolsa, las fotografías me golpearon, con estilográfica y con errores encontré mi poema subliminado de amor, disfrazado inútilmente; aun no podía llorar. En la última hoja encontré la respuesta, con su letra pequeña y sin fecha ella había escrito:
La fuente de alegría
Tu me dirás después, quizá algún día
ante esta singular sonrisa mía:
-¿Estás contenta?...te creía triste
y mi voz te dirá serena y pía:
-La dulce pena eterna que me diste
esa...ha sido mi fuente de alegría.
Posta Posta.
Cacho de tango
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