jueves, 18 de febrero de 2010

Un cuento de : Ana María Manceda



Publicado en "Arte y Letras" Revista de cultura-Moreno Pcia. de Buenos Aires

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Perfumes lejanos

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....Tú tienes la forma de una fuente no de agua sino de tiempo

En lo alto del chorro de la fuente saltan mis pedazos

el fui, el soy, el no soy todavía, mi vida no pesa

El pasado se adelgaza. El futuro es un poco de agua en tus ojos

"Trowbridge Street” Octavio Paz.


I

No sentí que fracasé, pero debía hurgar, buscar en mi mente el origen de esa explosión que no me permitió seguir con la lectura del poema. El público aplaudió cálido, como apoyando esa emoción... Y sí, siempre me perseguirá la nostalgia, sello justificado, es la vida que me tocó. Más de una vez, mientras cae la nieve y sopla el viento desde el Pacífico, me he preguntado ¿ Qué hago acá, en la Patagonia?

Le contaba que salimos temprano de la escuela por el eclipse de sol, todos nos asustamos, hasta los pájaros, porque el día se hizo de noche. La abuela Rosario , con su mirada de tierra oscura de musgos, velada por el desarraigo, me miraba, mientras revolvía en la olla de hierro, traída desde su tierra subtropical, los chicharrones de la pella de grasa vacuna. Su amor brotaba en la gran cocina de la casa platense, desde sus manos mágicas, mientras esculpía esas comidas de sabor profundo, misterioso del noroeste. Habían comenzado los preparativos para la fiesta de mi “Primera Comunión” y no faltaría nadie, las empanadas de la abuela eran famosas desde el Bosque hasta la entrada de La Plata. Era la época en la que en una cuadra habitaban italianos, españoles, brasileños, norteños como nosotros y aún una familia japonesa. Era una época en las que los aromas de comidas exóticas y criollas se mezclaban con el olor a pasto recién cortado, el perfume de los jazmines del cabo y el olor al Río De La Plata que traía el viento del este. Era una época en la cual los viejos vivían con sus familias y las bibliotecas de los clubes de barrio eran santuarios para los pibes y leer era un escudo de nobleza. En las fiestas patrias se escuchaban zambas y pasodobles y a todo los inmigrantes nos unía el mate y el asado. Pero las empanadas de la abuela son inolvidables. Los preparativos hasta el momento de hincarles el diente duraban tres días.

Al día siguiente se colaban los chicharrones para separarlos de la grasa caliente, cuyo futuro serían las tortillas de grasa - Comé hijita, comé, estás muy delgada, se persignaba, cuando venís se te ven solo los ojos, y así una se volvía gordita y saludable. Luego preparaba la masa, una vez lista se formaban los “pupos”, tarea en la que yo ayudaba- Así Nóe , deben quedar bien redonditas. Me encantaba darle esa forma redonda a la suave pasta y luego hundirle un dedo en el medio. Estirados con el palo serían las tapas para el relleno. Mientras tanto en una gran olla, mi madre hervía en la cocina la gallina elegida por la abuela del superpoblado gallinero. Una vez cocida se picaba la gallina y carne vacuna cruda, a mano y con un cuchillo afilado para el caso. El caldo que quedaba era tomado como una ceremonia, debíamos estar bien alimentados, según la abuela los pueblos antiguos lo valoraban por las ricas sustancias que hacían más fuertes a su gente, yo no entendía mucho, pero me gustaba, la prefería al horrible hígado de bacalao que me daban cuando empezaban las clases. (Continuará)

1 comentario:

  1. Que cuento tan dulce, esa es la palabra. Siempre me trae recuerdos de mi familia.

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