Don Lino a sus setenta y tantos , había sido censado muchas veces , todas las que hubo censo y él había aprendido en la escuela que se hacían cada diez años por una ley del presidente Sarmiento.
El día de censo esra sagrado para don Lino, lo había sido desde pequeño, desde que en su casa se le daba tanta importancia a esas diligencias institucionales y desde que, también, sus maestras le habían dicho que quien no era registrado en un censo nacional era como si no existiera.
Así fue como decenio tras decenio el hombre había sido registrado por el agente censador, primero su crucesita era trazada en uno de los casilleros correspondiente a hijo; porque efectivamente era el terce hijo del matrimonio de su padre, Nicanor Guerrero. Años después, cuando formó pareja con la Teresa Giménez y tuvieron varios hijos, él pasó a ocupar el casillero del Jefe de Hogar. Años felices aquellos en que los dos vieron llegar a los hijos poblando el rancho y llenádolo de alegría. Claro que costaba mucho más parar la olla, pero igual eran mejores aquellos años pasdos.
Después las hijas y los hijos se fueron acollarando también con sus parejas y yéndose al pueblo algunos, a la ciudad otros y así el rancho se fue despoblando y quedaron solos otra vez Don Lino y la Teresa , como al principio, cuando él la había pedido como Dios manda y se habían ido a vivir a ese rancho que él mismo levantó con sus expertas y curtidas manos.
Dos años atrás Don Lino se quedó solo, cuando una gripe de las aves , terminó con la desgastada vida de la Teresa que mucho de su salud y de toda ella había dejado en darle hijos y despues criarlos y cuidarlos y trabajar a la paz del viejo toda una vida.
Y así fue como este año del bicentenario se levantó temprano, peparó el mate, ycomo el calorcito de la primavera ya se hacía notar, se sentó en la puerta del rancho a esperar; allí mismo bajo aquella enredadera que daba sombra y que había plantado la Teresa, con su ayuda por supuesto. Inevitablemente pensó que este censo lo encontraba solo como nunca había estado pero, alejó el pensamiento triste que quería filtrarse esa mañana de miércoles.
¿Acaso el Cacique, su galgo, también viejo no lo acompañaba?
Tomó una cebadura, alimentó las gallinas, al cacique, caminó hasta la tranquera mirando hacia el camino por donde debía aparece una polvareda que anunciara el vehículo que traía al censista. O el caballo, porque algunas veces y, según quien fuera el censista, supo aparecer a caballo. Eso sí, nunca faltaron. Años atrás la maestrita de la escuela del paraje se había venido a pie. Y don Lino naturalmente figuró en todas las encuestas censales.
A mediodía calentó el guiso que había quedado de la noche anterior, comió un poco y después se tiró un rato en el catre , uno de los catres de los hijos que había reemplazodo la cama matrimonial después que enviudara. Se levantó pronto y volvió a sentarse en el mismo lugar de siempre, afuera , mirando hacia el camino. Estaba muy extrañado y, pasada la media tarde, comenzó a preocuparse, Qué pasaría se el censista no venía; el ya no estaba en condiciones de montar el viejo caballo para ir hasta el pueblo y avisar a la autoridad. Tendría que esperar hasta que el mercachifle pasara , o la visita del agente sanitario, peo eso sería recién a mitad de la semana siguiente y a don Lino le preocupaba, porque …Su maestra, lo recordaba muy bien, les había dicho que el censo era como una fotografía del país, donde aparecía todo lo que en él había: personas y edificios en un determinado día. ¿Qué pasaría entonces si no lo censaban ese día?
Ya bien entrada la noche, no encendió la lámpara de kerosene, fue y se acostó…Pensó: ese criollo viejo que la institucionalidad que había respetado como a Dios, con esa religiosa creencia y tanta fé…lo había dejado fuera y que, para eso, sólo podía haber una razón: que él no existía.
El miércoles siguiente cuando Roberto, el agente sanitario, golpeó varias veces y finalmente ingresó a la casa viendo que el cacique estaba tristón echado junto a la puerta, lo encontró acostado en el pequeño catre , sin vida.
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