Fragmento de “El castillo de los Cárpatos”
Al salir del prado, Frik tomó por un ancho camino, que bordeaba extensos campos, donde ondulaba el trigo, con las espigas ya muy altas sobre las cañas; se veían también algunos sembrados de kukurutz, especie de maíz de aquel país. El camino llevaba al comienzo de un bosque de pinos y abetos y más allá extendía el Sil sus límpidas aguas filtradas por los guijarros del lecho, en las cuales flotaban trozos de madera aserrada en las serrerías de más arriba.
Werst no estaba muy lejos de allí, al otro lado de un espeso bosque de esbeltos árboles y esmirriados plantones que sobresalen poco del suelo. Dicho bosque se extendía hasta la garganta del Vulcano, cuya aldea de este nombre está situada en la vertiente meridional de los macizos del Plesa.
A aquella hora la campiña estaba solitaria; no era hasta entrada la noche que regresaban a sus hogares las gentes del campo. Pero cuando Frik iba a internarse entre los pliegues del valle, en una revuelta del Sil apareció un hombre, como a unos cincuenta pasos río abajo.
-¡Hola, amigo! -le saludó el pastor.
Se trataba de uno de esos mercaderes que recorren la región. Se les puede encontrar en las ciudades, en los pueblos y hasta en las más humildes aldeas. Hablando todos los idiomas no les resulta difícil hacerse entender. El que nos ocupa, ¿era italiano, sajón o valaco? Nadie hubiera podido decirle. En realidad, era un judío polonés, alto y enjuto, de afilada nariz y barba puntiaguda, frente abultada y ojos muy vivos.
Era un vendedor ambulante de anteojos, termómetros, barómetros y relojes de bolsillo.
Posiblemente el judío participaba del respeto o del temor que inspiran los pastores, por lo que saludó a Frik con la mano. Después, en lengua rumana, compuesta por latín y eslavo, dijo con acento extranjero:
-¿Qué tal vamos, amigo?
-Vamos con el tiempo -respondió Frik.
-Así, pues, hoy habrá ido bien.
-Pero mañana lloverá.
-¿Lloverá? -se extrañó el buhonero-. ¿Acaso en este país llueve sin nubes?
-Las nubes llegarán esta noche... ¡Y por allá abajo, por el lado malo de la montaña!
-¿Y cómo sabéis eso?
-Por la lana de los carneros, que está áspera y seca.
-Pues tanto peor para los que tengan que andar por estos caminos.
-¿Tenéis hijos? -preguntó entonces Frik.
-No.
-¿Estáis casado?
-Tampoco.
Era costumbre en el país preguntar esto a los que se encuentran. Después continuó:
-¿De dónde venís, buhonero?
-De Hermanstadt.
Hermanstadt es una de las.principales poblaciones de la Transilvania.
¿Y a dónde vais?
-A Kolosvar.
Para llegar a Kolosvar hay que subir en dirección al valle del Maros; después, por Karlsburg y siguiendo por las primeras estribaciones de los montes Bihar, se llega a la capital del distrito.
En verdad que estos mercaderes de barómetros, termómetros y cascajos venden el tiempo en todas sus formas; el pasado, el que hace, el que hará, de igual modo que otros venden cestos, lanas o telas de algodón. Diríanse los viajantes de la casa "Saturno y Compañía". No hay duda de que éste fue el efecto que el judío le causó a Frik, el cual contemplaba, asombrado, aquella colección de objetos nuevos para él, cuya aplicación desconocía.
-¡Eh, señor buhonero! -preguntó, alargando el brazo-. ¿Para qué sirve eso que castañetea en vuestra cintura, igual que los huesos de un viejo colgado?
-Son cosas valiosas -respondió el mercader-; objetos útiles para todos.
-¿Para todos? ¿También para los pastores?
-También.
-¿Y para qué sirve esa maquinita?
-Esta maquinita -explicó el judío, moviendo un termómetro entre sus manos-, os dice si hace calor o frío.
-¡Vaya cosa! Pues yo no necesito esto para saberlo, cuando sudo o cuando tirito. ¿Y ese cascajo con agujita?
-No es un cascajo, sino un barómetro que os dice si mañana hará buen tiempo o lloverá…
-¿Eso es cierto?
-Cierto.
-Pues yo no lo querría aunque sólo costase un céntimo -replicó Frik-. Me basta ver las nubes que se arrastran por encima de la montaña para saber con veinticuatro horas de anticipación el tiempo que va a hacer. Mirad: ¿veis aquella bruma que parece brotar del suelo? Pues ya os lo he dicho: eso significa que mañana lloverá.
Ciertamente, el pastor Frik, gran observador del tiempo, no necesitaba de ningún barómetro.
-¿Y tampoco os hará falta un reloj? -preguntó el buhonero.
-¿Un reloj...? Tengo uno que anda solo. Está suspendido sobre mi cabeza... Es el Sol. Mirad, amigo, cuando está sobre la punta de Rodük significa que es mediodía; y cuando parece que mira al agujero de Egelt es que son las seis. Mis carneros lo saben tan bien como yo, y mis perros igual que los carneros. Guardaos, pues, vuestros cachivaches.
-¡Vaya! -comentó el buhonero-. Mala venta haría si no tuviese más clientes que los pastores. ¿De verdad que no necesitáis nada?
-Absolutamente nada.
Y ya iba a coger de nuevo su cayado Frik, cuando, cogiendo una especie de tubo colgado de una correa del buhonero, dijo:
-¿Para qué sirve este tubo?
-No es un tubo -dijo el judío-; es un anteojo.
Era, en efecto, uno de esos anteojos comunes que agrandan cinco o seis veces los objetos, o que los aproximan otro tanto, lo que viene a ser lo mismo.
Frik había cogido aquel instrumento y lo contemplaba dándole vueltas entre sus manos, haciendo salir y entrar los cilindros.
-Sí, pastor -continuó el buhonero-. Es un magnífico anteojo, que os alargará mucho la vista...
-¡Ah!... Yo tengo muy buena vista, amigo. Cuando el tiempo está claro veo hasta la cresta del Retyezat, y los últimos árboles en el fondo de los desfiladeros del Vulcano.
-¿Sin entornar los ojos?
-Sin entornar los ojos, gracias al rocío de la noche, que me limpia la pupila.
-Bien... Si tenéis buenos ojos, yo los tengo mejores cuando miro por el anteojo.
-Eso habría que verlo.
-Probadlo.
-¿No me costará nada? -preguntó Frik, desconfiado por naturaleza.
-Nada; a menos que os decidáis a comprarme el aparato.
Tranquilo ya sobre el particular, Frik tomó el anteojo, cuyos tubos graduó el buhonero. Después de haber cerrado el ojo derecho, Frik aplicó el ocular al izquierdo y empezó a mirar hacia las montañas del Vulcano, subiendo hacia el Plesa; después, enfocó el instrumento hacia el pueblo de Werst.
-¡Calla! -exclamó-. ¡Pues es cierto! Alcanza más que mis ojos... Veo a Nic Deck, el guarda, que vuelve de su ronda con la mochila a la espalda y la carabina al hombro.
-¿No os lo dije? -observó el buhonero.
-Sí, sí, es Nic -continuó el pastor-. ¿Y quién es aquella mujer que sale de casa del amo, como si fuese al encuentro de Nic?
-Mirad con atención y la reconoceréis.
-¡Ah, sí!... ¡Es Miriota!... ¡Ah! ¡Los novios!... Esta vez tienen que andar con cuidado porque yo los veo y no voy a perderme ninguna de sus carantoñas.
-¿Qué me decís del aparato?
-¡Ah! Que hace ver desde muy lejos.
El asombro de Frik al coger por primera vez un anteojo para mirar a su aldea indicaba lo atrasado que este pueblo se encontraba.
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