sábado, 29 de enero de 2011

RAFAEL DE LEON

Pena y Alegría del Amor




Mira cómo se me pone

la piel, cuando te recuerdo.

Por la garganta me sube

un río de sangre fresco,

de la herida que atraviesa,

de parte a parte mi cuerpo.

Tengo clavos en las manos,

y cuchillos en los dedos,

y en la sien, una corona

hecha de alfileres negros.

Mira cómo se me pone

la piel cuando recuerdo

que soy un hombre casado...

¡y sin embargo, te quiero!

Entre tu casa y mi casa

hay un muro de silencio;

de ortigas y de amapolas,

de cal de arenas y viento,

de madreselvas oscuras

y de vidrios en acecho.

Un muro para que nunca

lo pueda saltar el pueblo,

que anda rondando la llave

que guarda nuestro secreto.

Y yo bien sé que me quieres,

y tú sabes que te quiero,

y lo sabemos los dos,

y nadie puede saberlo...

¡Ay, pena, penita, pena

de nuestro amor en silencio!

¡Ay, qué alegría, alegría

quererte como te quiero!

Cuando por la noche a solas,

me quedo con tu recuerdo,

derribaría la pared

que separa nuestro sueño.

Rompería con mis manos

de tu cancela los hierros

con tal de verme a tu lado,

tormento de mis tormentos,

y te estaría besando

hasta quitarte el aliento.

Y luego... ¡qué se me da

quedarme en tus brazos, muerto!...

¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!

Nuestro amor es agonía,

lucha, angustia, llanto, miedo,

muerte, pena, sangre, vida,

luna, rosa, sol y viento.

Es morirse a cada paso

y seguir viviendo, luego,

con una espada de punta

siempre prendida del techo.

Salgo de mi casa al campo

sólo con tu pensamiento,

para acariciar a solas

la tela de aquel pañuelo

que se te cayó un domingo

cuando venías del templo,

y que no te he dicho nunca,

mi vida, que yo lo tengo;

y lo aprieto entre mis manos

lo mismo que un limón nuevo,

y miro tus iniciales,

y las repito en silencio

para que ni el campo sepa

lo que yo te estoy queriendo...

Ayer, en la Plaza Nueva,

--mi vida, no vuelva a hacerlo--

te vi besar a mi hijo,

a mi hijo, el más pequeño,

y cómo lo besarías,

¡ay, Virgen de los Remedios!

que fue la primera vez

que tú me diste un beso.

Llegué a mi casa corriendo

alcé mi niño del suelo

y, sin que nadie me viera,

como un ladrón en acecho,

en su cara de amapola

mordió mi boca tu beso,

¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!

Mira: pase lo que pase,

aunque se hunda el firmamento,

aunque la tierra se abra,

aunque lo sepa to' el pueblo

y ponga nuestra bandera

de amor a los cuatro vientos,

¡sígueme queriendo así

tormento de mis tormentos!

¡Ay, qué alegría y qué pena

quererte como te quiero!



Rafael de León

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