miércoles, 5 de mayo de 2010

S/El autor de "El Principito" (Continuación)



Sobre Buenos Aires

No por nada le había escrito a su madre: "En esta ciudad soy un prisionero", o en otra carta "Buenos Aires, ciudad lúgubre, se diría un pastel mal cocido. Gentes tristes y ni un lugar donde pasear. Los arquitectos volcaron su genio en privarla de todas las perspectivas".

Ahora todo era distinto, estaba surcando el aire patagónico y el día que se abría ante sus ojos le recordaba, a sus 29 años, aquel ignoto julio de 1912 en el que con sólo doce años había volado por primera vez.

"...Las alas temblaban bajo el soplo del atardecer, el motor con su canto mecía el alma adormecida, y el sol nos rozaba con su luz lívida..." había escrito después, rememorando el primer vuelo de su infancia.

Imágenes y sensaciones

En 'Vuelo nocturno', en tanto, donde quedarían plasmadas las imágenes y sensaciones de sus incursiones por la Patagonia, escribió: "A veces, después de 100 kilómetros de estepas más deshabitadas que el mar, cruzaba por encima de una granja perdida, que parecía arrastrar, hacia atrás, en una marejada de praderas, su cargamento de vidas humanas: con las alas, saludaba entonces aquel navío."

Y eso pensaba hacer ahora, imaginar que su aeronave improvisaba una reverencia para esa majestuosa inmensidad que se abría ante él y aprontarse de a poco para aterrizar en el aeroclub de ese pueblito que pisaría por primera vez.

Sin embargo, la escasez de combustible lo obligaría a forzar el aterrizaje, en algún punto de esos campos que parecían interminables.

Desde el aire, "Las máquinas", el establecimiento de Don Bruno Peirano, mostraba la postal que siempre lo caracterizó: a un lado, una precaria construcción de adobe con un pretencioso aire colonial, y cerca de allí esa superficie llana como la mejor pista de aterrizaje que en ese momento estaba completamente seca pero que en épocas de lluvias se convertía en una vasta laguna que atraía a las aves más diversas.

Nunca nadie imaginó que ese pajarraco mecánico que descendería allí sería una de ellas, y que su piloto, el autor de "El principito", le terminaría dando su nombre al aeropuerto local, años después de su histórica estadía en el pueblo, que signaría el destino de más de un poblador de la zona.

El piloto francés forma parte, aunque sólo haya sido un visitante, de la historia misma de San Antonio Oeste, donde todos están orgullosos de contar lo poco o mucho que saben de su llegada, de su visión de la inmensa Patagonia y de la sensación de volar por estos cielos

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