martes, 19 de abril de 2011

CONTINUACIÓN DE "AFRODITA HA VUELTO"



Un día, ya maduros y con hijos grandes, Adriana y Andino cenaban en un restaurante del centro cuando aparece Leticia y su esposo, que no era ya Efraín el manco, sino otro al que presentó como Ángel. Los sentimientos de Adriana fueron muy contradictorios. Por un lado la alegría de reencontrarse con su amiga y compañera de colegio, con todos los recuerdos que eso significaba; por otro, pensar en la coquetería que se veía intacta en el aspecto de la diosa griega de sus sueños. Se agregaron a su mesa sin consultarlos, entre las risas y parloteo de Leticia. Esa noche al despedirse, ya estaban enterados de varias separaciones, nuevas parejas y amoríos pasajeros de la reaparecida amiga, quien no tenía reparos en contar todos los detalles de su vida sentimental. No se despidieron sin que antes la coqueta amiga reencontrada no obtuviera el teléfono y la dirección de Adriana.


Esa noche volvió a soñar y vio en sueños como la incansable Afrodita, con el rostro de Leticia perseguía por celestiales campos a un Adonis que ostentaba, con aire libidinoso el rostro de su Andino.

Adriana, más que preocupada, al borde de la desesperación habló con su marido y le advirtió acerca de Leticia. Pero él, sólo rió de buena gana y la calmó de todas formas, incluso ofendiéndose por las advertencias de su mujer, que calificó de infantiles y sin fundamento.

En vano ella trató de evitar nuevos encuentros con Leticia, hasta ese jueves por la tarde en que aquella la citó en una confitería del centro y a poco de iniciar la charla le dijo: -Mirá Adriana, no sé si ya lo habrás soñado pero estoy a la caza de tu Adonis…

Y ante la atónita amiga prosiguió: -Sí, a la casa de Andino y, como bien sabes, en materia de conquistas, donde pongo el ojo pongo la flecha…

- ¡…!

La mente en blanco de Adriana ni si quiera le permitió pensar que en verdad Afrodita había vuelto.-
                                                                                                          (Escrito por Carlos Buganem)

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