La Mujer se entregaba a la religión
una vez por semana, en una iglesia de los alrededores, y obligaba a Conradín a
que la acompañara, pero el servicio religioso significaba para el niño una
traición a sus propias creencias. Pero todos los jueves, en el musgoso y oscuro
silencio de la casilla, Conradín oficiaba un místico y elaborado rito ante el
cajón de madera, santuario de Sredni Vashtar, el gran hurón. Ponía en el altar
flores rojas cuando era la estación y moras escarlatas cuando era invierno,
pues era un dios interesado especialmente en el aspecto impulsivo y feroz de
las cosas; en cambio, la religión de la Mujer, por lo que podía observar
Conradín, manifestaba la tendencia contraria.
En las grandes fiestas espolvoreaba
el cajón con nuez moscada, pero era condición importante del rito que las
nueces fueran robadas. Las fiestas eran variables y tenían por finalidad
celebrar algún acontecimiento pasajero. En ocasión de un agudo dolor de muelas
que padeció por tres días la señora De Ropp, Conradín prolongó los festivales
durante todo ese tiempo, y llegó incluso a convencerse de que Sredni Vashtar
era personalmente responsable del dolor. Si el malestar hubiera durado un día
más, la nuez moscada se habría agotado.
La gallina del Houdán no participaba
del culto de Sredni Vashtar. Conradín había dado por sentado que era
anabaptista. No pretendía tener ni la más remota idea de lo que era ser anabaptista,
pero tenía una íntima esperanza de que fuera algo audaz y no muy respetable. La
señora De Ropp encarnaba para Conradín la odiosa imagen de la respetabilidad.
Al cabo de un tiempo, las
permanencias de Conradín en la casilla despertaron la atención de su tutora.
-No le hará bien pasarse el día
allí, con lo variable que es el tiempo -decidió repentinamente, y una mañana, a
la hora del desayuno, anunció que había vendido la gallina del Houdán la noche
anterior. Con sus ojos miopes atisbó a Conradín, esperando que manifestara odio
y tristeza, que estaba ya preparada para contrarrestar con una retahíla de
excelentes preceptos y razonamientos. Pero Conradín no dijo nada: no había nada
que decir. Algo en esa cara impávida y blanca la tranquilizó momentáneamente.
Esa tarde, a la hora del té, había tostadas: manjar que por lo general excluía
con el pretexto de que haría daño a Conradín, y también porque hacerlas daba
trabajo, mortal ofensa para la mujer de la clase media.
-Creí que te gustaban las tostadas
-exclamó con aire ofendido al ver que no las había tocado.
-A veces -dijo Conradín.
...............................Continuará........................
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