miércoles, 4 de mayo de 2011

ERNESTO SÁBATO

(Fragmento de :"Sobre héroes y tumbas")

El viento fresco despejó a Martín. D’Arcángelo seguía mascullando y tardó un rato en serenarse. Entonces le preguntó dónde trabajaba. Con vergüenza, Martín respondió que estaba sin trabajo. D’Arcángelo lo miró.


- ¿Hace mucho?

- Sí, un tiempo.

- ¿Tené familia, vo?

- No.

- ¿Dónde viví?

Martín demoró la respuesta: se había puesto rojo, pero felizmente (pensó) era de noche. D’Arcángelo volvió a mirarlo con atención.

- En realidad… -murmuró.

- ¿Cómo?

- Este… tuvo que dejar una pieza…

- ¿Y dónde dormí, ahora?

Martín, avergonzado, farfulló que dormía en cualquier parte. Y como para atenuar el hecho agregó:

- Total, todavía no hace frío.

Tito se detuvo y lo examinó a la luz de un farol.

- Pero al menos, ¿tené pa comer?

Martín permaneció callado. Entonces D’Arcángelo estalló:

- ¡Se puede saber por qué no dijiste nada! Yo hablando de cra y vo picando ingrediente. ¡Hay que joderse!

Lo llevó a una fonda y mientras comían, lo observaba pensativamente.

Cuando terminaron y salieron, ajustándose la corbata le dijo:

- Tranquilo, pibe. Ahora vamo en casa. Despué veremo.

Entraron en una antigua cochera que en otro tiempo habría sido de alguna casa señorial.

- El viejo, sabé, fue cochero hace uno die año. Ahora, con el reuma, no se puede mover. Ademá, ¿quién va a tomar un coche, hoy en día? Mi viejo é una de la tanta víctima en ara del progreso de la urbe. En fin, basta la salú.

Era una mezcla de conventillo y caballerizas: se oían gritos, conversaciones y varias radios simultáneas, en medio de un fuerte olor a estiércol. En las antiguas cocheras había algunos carros de reparto y un camioncito.

Se oía el golpeteo de los cascos de caballo.

Caminaron hacia el fondo.

- Aquí, cuando yo era purrete, había tre vitoria que daban gusto: la treinta y nueve, la cuarenta y dos y la noventa. La treinta y nueve la manejaba el viejo. Era una joyita. No e porque fuera del viejo pero te garanto que era una niña mimada: la pintaba, la lustraba, le sacaba brillo a lo farole. Y ahora manyala.

Le señaló al fondo, arrumbado, el cadáver de un coche de plaza: sin faroles, sin gomas, agrietada, la capota podrida y desgarrada.

- Hasta hace uno mese todavía salía, la pobre. Le trabajaba Nicola, un amigo del viejo que murió. Mejor, te soy sincero, porque pa trabajar en la forma que trabajaba el infelí, mejor que esté a la tumba. Hacía changuita en Constitución, llevaba bulto.

Acarició la rueda de la vieja victoria.

- La gran puta –dijo con voz quebrada–, cuando venía el carnaval había que ver este coche al corso de Barraca. Y el viejo con la galerita, al pescante. Te garanto que daba golpe, pibe.

Martín le preguntó si allí vivía con toda la familia.

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