jueves, 13 de agosto de 2009

“Los Enemigos de Dios”



Autor: RonyFer

Entrega IV

Entonces al grito de ¡Allaho akbar!, Dios es grande; aquellas hordas enajenadas de odio y deseos de venganza empezaron aquella lluvia de balas por doquier, las ráfagas rebotaban en los chalecos antibalas de los soldados, que caían inexorablemente, cuando al fin eran alcanzados, el primero en caer fue aquel con la mochila al dorso y el radio-transmisor en la mano, el disparo de Hamza le alcanzó justo en la frente, cayó de bruces instantáneamente.

De uno en uno se fueron desplomando, mientras, escondidos entre las rocas, otro grupo se ocupaba de aquellos infortunados soldados iraquíes circunvalados por enormes piedras un poco más lejos.

Entonces descendieron de la colina, examinaron uno a uno los cuerpos expandidos de los Marines por doquier, aquel que presumiblemente lideraba aquella patrulla, aún con vida, desorientado, de rodillas imploraba el perdón.

- Please, don’t kill me! Please, forgive me!

Luego, cuando ya todos los combatientes lo rodeaban observándolo silenciosos, con sus armas apuntando hacia el suelo, postrado de rodillas, con sus ensangrentadas manos apenas pudo extraer de su chaqueta unas maltratadas fotos y se las mostraba a todos, ante sus ojos, en ella, una mujer y a su lado, dos niños de sexo diferente, de raza blanca, sonrientes.

Ante la mirada indiferente de aquel grupo, compuestos en su mayoría por adolescentes, de rodillas y entre sollozos suplicaba el perdón a su vida.

Luego entre llantos incontenibles suplicaba a todos y a cada uno le dejaran partir, prometía irse para siempre de esos lugares, implorando la misericordia, su familia, sus hijos le esperaban en casa.

Luego, uno de los presentes, inclinado le haló por el cabello, con fuerza, con violencia y tiró su rostro hacia el suyo, ante el asombro de los demás, empezó a preguntarle en inglés, el lenguaje de aquel infortunado:

- ¿Nos pides piedad por tu vida? ¿La tuviste tú y los tuyos cuando vinieron aquí, a nuestro país y bombardearon sin piedad nuestras casas, nuestros pueblos, nuestras aldeas y destrozaron nuestras familias?

¿La tuvieron ustedes con nuestra gente que jamás les han hecho daño ni a ustedes ni a nadie?

Vienen aquí, nos invaden, y sin razón comprensible nos declaran sus enemigos mortales y nos persiguen y ejecutan, nosotros no estamos invadiendo su país, no estamos asesinando sus mujeres, ni sus hijos, ni destrozando sus cosechas.

No les estamos condenando a calabozos para luego torturarlos y asesinarlos sin ninguna razón, como lo hacen ustedes con nuestra gente. No estamos violando sus mujeres, sus hijos, ni les robamos sus bienes.

Con un árabe casi incomprensible, aquel desgraciado les pedía, les imploraba el perdón a su vida ante la indiferencia de aquellos, entonces Hamza le apuntó con su rifle a la cabeza.

-¡Tipos como éste me causan repugnancia, miserable cobarde!- replicó.

Éste cerró los ojos, con un gesto se cubrió la cara rezando una última plegaria y como un último reflejo, como un postrer recurso, un acto de esperanza por salvar la vida, con reminiscencia se acordó entonces de algo infalible ante la fe de los musulmanes. Entonces, casi a gritos, gimiendo y llorando, de rodillas en su pobre árabe les gritó:

- ¡Me postro ante Alá y reclamo su protección! (Continuará)

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