viernes, 27 de abril de 2012

Ray Bradbury

Tiempo de Partir
                                                                



                                                                      Tercera parte
-Bueno- dijo el viejo, y se detuvo. – Bueno, están también los anchos caminos.


-Donde te aplastarán, claro; me había olvidado.

-¡No, no!- El viejo cerró los ojos y los abrió. – los desiertos caminos laterales que no van a ninguna parte, que van a todas partes, por los bosques nocturnos, los desiertos, hacia lagos distantes...

-Me imagino que no alquilarás una canoa y te irás remando. ¿Recuerdas aquella vez que zozobraste y por poco te ahogas en el Muelle de los Bomberos?

-¿Quién habló de canoas?

-¡Tú! Los isleños, los paganos que parten en canoas hacia la inmensidad de lo desconocido.

-Eso es en los Mares del Sur. Aquí el hombre tiene que buscar a pie sus fuentes naturales, su fin natural. Podría caminar por la costa del lago Michigan, las dunas, el viento, las grandes rompientes.

-Willie, Willie- dijo la vieja dulcemente, sacudiendo la cabeza. – Oh, Willie, ¿Qué haré sin ti?

El viejo bajó la voz.

-Déjame seguir mi idea- dijo.

-Sí. – dijo la vieja serenamente. – Sí.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

-Vamos, vamos- dijo el viejo.

-Oh, Willie...- la vieja lo miró largamente. - ¿Crees, de veras, de todo corazón, que no vivirás?

El viejo se vio reflejado, diminuto, pero perfecto, en los ojos de la mujer, y apartó la mirada, turbado.

-Durante toda la noche pensé en la marea universal que trae y se lleva al hombre. Ahora es de mañana y te digo adiós.

-¿Adiós?

Parecía que la vieja no hubiese oído nunca esa palabra.

La voz del viejo vaciló.

-Claro que si insistes, Mildred, me quedaré.

-¡No!- la mujer se dominó y se sonó la nariz. - ¡Tú sientes lo que sientes y yo no puedo impedírtelo!

-¿Estás segura?

-El que está seguro eres tú, Willie- dijo ella. – Vete ahora. Llévate el abrigo. Las noches son frías.

-Pero...

La mujer corrió, le trajo el abrigo, le dio un beso en la mejilla y retrocedió rápidamente antes que él pudiera alcanzarla.

El viejo se quedó allí, buscando palabras, mirando de soslayo el sillón junto al fuego. La mujer abrió la puerta de calle.

-¿Llevas comida?

-No la necesito...- el viejo hizo una pausa. – Llevo un sándwich de jamón cocido en la valija. Uno, nada más. Pienso que no...

El viejo salió por la puerta y bajó las escaleras y tomó el sendero del bosque. De pronto se dio vuelta como para decir algo, pero cambió de idea, agitó la mano y se alejó.

-Bueno, Will- gritó la mujer. - No exageres. No camines demasiado la primera hora. Si te cansas, siéntate. Si tienes hambre, come. Y...

Pero aquí tuvo que interrumpirse y volverse y sacar el pañuelo.

Un momento después miró el sendero, y parecía que nadie hubiese pasado por allí en los últimos diez mil años. Tan desierto estaba que tuvo que entrar y cerrar la puerta.
.....................................................................Continúa....................

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