martes, 24 de abril de 2012

Un cuento de Ray Bradbury

Tiempo de Partir



..........................................................Fragmento, segunda parte.....................

-Escucha, Mildred – dijo el viejo severamente, tomando la maleta -. Mi mente señala el norte; nada cuanto digas podrá volverme hacia el sur. Estoy en comunión con los manantiales secretos e infinitos del alma primitiva.


-¡Estás en comunión con lo último que lees en esa revistita de trotadores de pantanos! – La vieja apuntó con el dedo.- ¿Crees que no tengo memoria?

Los hombros del viejo cedieron.

-No pasemos lista otra vez, por favor.

-¿Qué me dices del episodio del mamut velludo? – preguntó la mujer -. Cuando descubrieron el elefante helado en la tundra rusa, hace treinta años. Qué idea tuvieron, tú y Sam Hartz, ese viejo loco: correr a Siberia y acaparar el mercado mundial de carne envasada de mamut. Te oigo aún: “Imagina los precios que pagarán los miembros de la National Geographic Society. ¡Recibir en la casa de uno la carne tierna del mamut velludo siberiano, de diez mil años de edad, extinguido hace diez mil años!” Aún llevo encima las cicatrices.

-Las veo claramente - dijo el viejo.

-¿Y cuándo fuiste a buscar la tribu perdida de los osseos, o lo que fuese, en algún sitio de Wisconsin? Te ibas al pueblo los sábados por la noche y te emborrachabas, y al fin te caíste en la cantera y te rompiste la pierna y pasaste allí tres noches.

-Tu memoria – dijo el viejo – es perfecta.

-Y ahora me hablas de nativos paganos y del Tiempo de Partir. Te diré qué tiempo es: ¡Es tiempo de Quedarse en Casa! Es tiempo en que la fruta no cae del árbol a la mano. Hay que ir caminando a buscarla a la frutería. ¿Y por qué hay que ir caminando? Alguien en esta casa, no lo nombraré, desarmó el automóvil, como si fuese un reloj, hace algunos años y lo desparramó en el jardín. Otros diez años y sólo quedará un montoncito de herrumbre. ¡Mira por la ventana! Es tiempo de rastrillar y quemar las hojas. Tiempo de podar y de serruchar la leña. Tiempo de limpiar las estufas y poner las persianas. Tiempo de reparar las tejas. Tiempo de todo eso, y si crees que te vas para evitarlo piénsalo mejor.

El viejo se llevó la mano al pecho.

-Me duele que no confíes en mi propia sensibilidad natural ante el destino inminente.

-A mí me duele que National Geographic caiga en manos de viejos locos. Lo lees y enseguida caes en esos sueños que tengo que barrer. A los editores de la Geographic y de la Popular Mechanics habría que traerlos a la bohardilla, el garaje y el sótano para que vieran ahí esos botes, helicópteros y máquinas volantes de alas de murciélago, todo sin terminar. No sólo para que los vieran, sino también para que se los llevaran a sus casas.

-Habla, habla- dijo el viejo. – Aquí estoy, como una piedra blanca que se hunde en la Marea del Olvido. Por Dios, mujer, ¿no puedo alejarme para morir en paz?

-Ya te llegará el Olvido cuando te encuentren caído en la leñera , frío como el mármol.

-¡Pilatos!- bufó el viejo. – El reconocimiento de la propia finitud no es sólo vanidad.

-Tú la mascas como si fuese tabaco.

-¡Basta!- dijo el viejo. – Mis bienes terrenales están apilados en el porche del fondo. Dáselos al Ejército de Salvación.

-¿Las Geographic también?

-¡Sí, maldición, las Geographic también! Y ahora, apártate.

-Si vas a morir no necesitarás esa valija- dijo ella.

-¡Quita esas manos, mujer! Quizá demore algunas horas. ¿Por qué privarme de los últimos consuelos del mundo? Esta tendría que ser una tierna escena de despedida. Mira en cambio: recriminaciones, sarcasmos, dudas sembradas a todos los vientos.

-Muy bien- dijo la vieja. Vete al bosque y pasa ahí una noche de frío.

-No tengo porqué ir al bosque.

-¿Y a qué otro lugar puede ir a morir un hombre en Illinois?
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(Continuará en próxima ntrada)

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